Segunda parte de la crónica del Molins Film Festival 2016

Misión: Sección Oficial


Mi contacto me ofrece los archivos secretos que necesitaré para llevar a cabo la misión en la que me encuentro. Dentro de éstos, hallo finalmente la distribución de la programación de ese evento tan singular al que habré de asistir de incógnito. Observo que, magistralmente, se han espaciado las proyecciones y eventos para que los asistentes reales puedan tomarse el supuesto festival con calma, digiriendo las horripilantes películas y pudiendo incluso cenar entre ellas.


Tengo la determinación de visualizar todas las obras sin disponer de ningún tipo de expectativa ni input previo acerca de ellas pues, exceptuando las “sinopsis” que encuentro en los detalles de la misión, apenas he indagado profundamente. No quiero prejuicios para juzgar por mí misma lo que estoy a punto de presenciar.


El lunes por la mañana ya me preparo para ver las dos primeras películas que van a entrar a competición dentro de la sección oficial. Me encuentro nerviosa porque, si bien la presentación del festival fue agradable y acogedora, es mi primera misión con un único objetivo: redactar este informe de situación para que los altos mandos puedan tomar una decisión.


El primer archivo que visualizo es “We Go On” (2016) dirigido por Jesse Holland y Andy Mitton. La trama se plantea en un principio como un ensayo sobre la muerte y el más allá. El protagonista, Miles Grissom, pone un anuncio en el que ofrece dinero a cambio de que alguien le demuestre que hay algo después de la muerte. A medida que avanza -manteniendo la fotografía siempre unos tonos pastel que resultan, cuanto menos, curiosos- encontramos la respuesta que, al menos yo, no esperaba encontrar: Existe vida después de la muerte, en forma de fantasmas vengativos que permanecen atados al plano terrenal.



El aparente ensayo se convierte entonces en una historia clásica de fantasmas, en la que el protagonista termina con uno de ellos atado a su existencia y debe librarse de él antes de que destruya su vida. Con varios temas de fondo, desarrollados de una forma bastante simple, es una película que termina siendo en extremo previsible y que, conforme avanza, va perdiendo la esencia que nos prometía al principio e incluso permite que la imagen cambie ligeramente sus tonalidades y enfoques.


La siguiente en la lista es “The Unseen” (2016), dirigida por Geoff Redknap y contando en el reparto con caras que no resultan desconocidas, principalmente Aden Young, Camille Sullivan y Julia Sarah Stone. Rodada en Canadá, presenta y mantiene durante todo momento, el espíritu helado de una película fría y desconocida que parece pretender mantenernos en sintonía con el peligro que supone un entorno hostil.



Si hubiera tenido un ligero conocimiento previo de la intencionalidad de la película, hubiera sabido que es, de nuevo, la historia del hombre invisible. Sin embargo, mi formación en la academia no me ha equipado con este tipo de conocimiento tan concreto, así que conforme la iba visualizando, iba sorprendiéndome cada vez más.


El protagonista, Bob, permanece aislado en el norte del país trabajando de forma precaria con maquinaria muy pesada. Su exmujer -que ya ha rehecho su vida con otra mujer- le llama para que vuelva a casa a ver a su hija que últimamente tiene comportamientos extraños. Apenas le da tiempo a saludarla y ella ya ha desaparecido. La película se desarrolla mediante la búsqueda de la chica y cómo Bob va arriesgando su salud y bienestar con tal de encontrarla y ponerla a salvo. Su secreto queda a la vista en seguida para nosotros: Se está descomponiendo, le cuesta realizar algunas de las tareas más sencillas y tiene muchísimas heridas abiertas: su cuerpo está desapareciendo.



La historia continúa y no incumple ninguna de sus promesas pues, pese a la simplicidad de la trama, consigue desarrollarla correctamente y con sutilezas propias de un cine que no se ve en cartelera desde hace mucho tiempo. “The Unseen” se convierte así en la preferida del lunes, tanto por el realismo y humanidad que se le otorga a la trama, como por el correcto desarrollo de imagen, actuación y dirección.


El martes se presenta de forma súbita, casi crítica, cuando el primer archivo que se me plantea para observación está "desactualizado". ¡No sabía yo que a día de hoy aún no habían quedado obsoletos unos documentos tan antiguos! Asumo que su calidad ha de ser sublime y poseer una ejecución magistral para que aún sea considerada obra magna. Personalmente no había tenido oportunidad de pasar mis ojos por "The Fly”, de David Cronenberg (1986), así que, con muchas ganas, me preparo para quedar agradecida o decepcionada.


Y ¡Qué sorpresa! Es el mismísimo director quien nos presenta la película, de forma telemática, y nos agradece que hayamos acudido al Festival de Terror de Molins. Me parece digno de mención y comienzo a plantearme si mi asistencia al festival bajo este disfraz de "prensa” será suficiente para engañar a los expertos y privilegiados ojos que acaban de recibir un saludo personal de Cronenberg.


[Video Cronenberg]

https://www.youtube.com/watch?v=3D4ntF4J8LU


El resultado es no tener palabras. David Cronenberg hace honor a todas las maravillas que me habían contado y más. Introduce, de forma comprensible para el público el concepto de "la nueva carne” y el trascender de la existencia. Utiliza un lenguaje sencillo sin caer en la trampa (o el "atajo" ) de creer que el público es incapaz de seguir el hilo del argumento. En su lugar dota a un personaje de una característica muy concreta, que es el desconocimiento del lenguaje científico complejo pero la familiaridad con la ciencia simple, algo común entre los espectadores.



La trama gira entorno a un científico, Seth Brundle, que está desarrollando un sistema de teletransporte que, según dice, revolucionará la ciencia tal y como la conocen. En su historia decide entrometerse  (o él decide entrometerla a ella) una periodista, Verónica, que pretende documentar el proceso y quedarse con la exclusiva. El punto clave es un suceso concreto en el cual él, borracho, se mete en la cabina y, sin querer, una mosca realiza el viaje con él. Esto desemboca en una mutación del genoma básico del humano, siendo la mosca fusionada a su forma vital. Seth va desarrollando habilidades y costumbres impropias del homo sapiens y mías similares a aquellas de los insectos, para posteriormente acabar viendo modificado su propio cuerpo.

 



Con una gran presencia filosófica, el planteamiento es la explicación del trascender que buscan los humanos, y cómo éste se puede entender sin caer en los tópicos habituales de la vida eterna. "The fly” se convierte casi instantáneamente en un referente clave de la filmografía que almaceno en la memoria.


Pese a que se trata de la obra central que propone la ambientación temática del festival, no  puedo decir gran cosa más si pretendo minimizar la longitud del informe. De todos modos, en un particular evento al que asisto justo después se dice todo lo que debe decirse y, aunque mi entrenamiento previo me impide comprender la mitad de los conceptos planteados, el ponente Javier Rueda se hace entender del mismo modo en que Cronenberg decidió fomentar un lenguaje inclusivo, y el ponente Bernat-Noël Tiffon aporta el punto crítico psicológico de un forense a las divagaciones que surgen en la mesa.


La ponencia (realizada a la par que una cena) se extiende a lo largo de más de una hora y permite profundizar mucho menos de lo que a mí me hubiera gustado. Las argumentaciones permanecen siempre fundamentadas en una amplia lista de obras que avalan lo que se está explicando con diferentes puntos de vista, de modo que el resultado es crítico y objetivo.


“The Wailing” (2016) de Na Hong-jin es la película final de la noche. Resulta una película larga, aunque a propósito. Se trata de un juego de engaño continuo, tanto hacia los personajes de la película como hacia los propios espectadores. Como el cine Coreano en general, parte de un equilibrio bastante acertado entre lo trágico y lo cómico -otorgándole así un realismo curioso- para, poco a poco, abandonar lo cómico y terminar en un punto dramáticamente trágico.


A partir del miércoles, los días se funden entre sí, convirtiéndose en una amalgama de suceso tras suceso de forma frenética, y,  a partir de mi experiencia he podido redactar esta serie de informes concretos.


No sé cómo describir “Cruel Summer” (2016), de los directores Phillip Escott y Craig Newman, porque el título es todo lo que necesitamos para conocerla. Como experta en el asunto de las confidencialidades me otorgo a mí misma el derecho de dudar acerca de si resulta una genialidad o un grave error el explicar toda una obra mediante un título único. A grandes rasgos la trama propone que un chico con autismo, Danny, está de vacaciones tranquilamente cuando tres adolescentes sienten la extraña necesidad de hacerle sufrir -cada cual con su propia motivación-. Durante toda la película esperas una venganza que, finalmente, no llega. Pretende mostrarnos, mediante un montaje reflexionado que alterna escenas tranquilas y de bella ambientación con violencia súbita y, por supuesto, “cruel”.



“Tear me Apart” (2015), dirigida por Alex Lightman trata de un futuro post-apocalíptico en el cual dos hermanos se han vuelto caníbales porque básicamente no hay comida y no pueden comerse todas las plantas que aparecen a lo largo de la película: obviamente lo único que sus sistemas les permiten ingerir es proteína animal pura, de modo que basan su alimentación en todo el resto de humanos normales que pueden comer plantar para sobrevivir. Al parecer, tampoco hay mujeres, así que están un poco desesperados y, cuando aparece una chica adolescente buscando al padre al que se acaban de zampar, deciden que igual es hora de procrear a ver si arreglan ese genoma tan extraño y esa alergia a la proteína y vitamina vegetal.  



“Darling” (2015) de Mickey Keating se convierte casi inmediatamente en una de mis películas preferidas de todo el festival. Pese a que estoy aquí como infiltrada con una misión muy clara -recabar información para poder utilizarla posteriormente- no puedo evitar sentirme atraída por la estética que ya los primeros minutos arrojan sobre mi cara salvajemente: En blanco y negro (y peligrosa para gente con epilepsia y trastornos similares, como ya avisan al principio del filme) utiliza recursos narrativos que me evocan más bien poesía que una película convencional. De hecho, creo que para describirla subjetivamente, diré que es un poema del siglo XVIII, en clave de la actualidad del siglo XX, escrito mediante imagen y sonido.



La única descripción que hacen de “Darling” en el Internet Movie Database recita: “El descenso de una chica hacia la locura”. Es una sinopsis a la vez acertada y errónea. La película nos plantea una multitud de ideas extremas y extrañas, una amplia gama temática que se balancea constantemente: Brujas y Satanismo, Enfermedades Mentales, “Rape and Revenge” (Violación y Venganza), Misoginia y Misandría, Engaños y Mentira Patológica, Miedo y Valentía. Una mezcla extraña que puede ser malinterpretada con muchísima más facilidad de la que podría caber normalmente.



Tras verla puedo declarar que más que “El descenso de una chica hacia la locura” se trata del viaje del espectador mismo hacia la locura que ella ya sufre en un principio.


Esta gente tan particular ha escrito un libro. Se han juntado varios y se han propuesto recopilar un gran ensayo acerca de las mutaciones en el cine de terror. Asisto a la presentación del mismo y agradezco al cielo que me hayan ahorrado un exhaustivo trabajo de campo mediante el que comprender un poquito más el sitio en el que me he metido. En cuanto abro la primera página, sin embargo, me doy cuenta de que no es un documento apto para aficionadas como yo. Todo lo contrario: cita tantas obras que no conozco que me es imposible seguir el hilo.


“The Eyes of my Mother” (2016), del director Nicolas Pesce y protagonizada por Kika Magalhaes, resulta una de las preferidas para los asistentes al festival -y también para mí-. La película recupera un tema curioso, que es la violencia desde el punto de vista de la no-ética: En las primeras escenas se presenta un paralelismo entre animales y humanos (la madre de la protagonista corta la cabeza de una vaca y utiliza sus ojos para enseñarle anatomía a su hija; minutos después la hija arranca los ojos de un hombre y los utiliza para observarlos analíticamente) y eso nos introduce al ya mencionado tema que se desarrolla a lo largo de la película.



“The eyes of my mother” analiza el espectro salvaje del ser humano cuando se encuentra aislado de la sociedad y presenta un cuadro de moral autónoma. La trama no juega con ideas de crueldad ni terror, sino con la simplicidad de la mente sintiente y su posible desarrollo con sus consecuencias directas: Trata, sencillamente, del crecimiento de una niña en un entorno aislado, de cómo la violación y muerte de su madre -y el secuestrar al culpable de ésta- le otorga el punto de inflexión requerido al proporcionarle una “víctima” con la que ensañarse de forma natural durante su crecimiento hasta alcanzar la madurez y relacionarse con gente de una forma un tanto peculiar.


“The Man with the X-Ray Eyes” (1963), de Roger Corman, es otra joya que se recupera de los anales de la historia del cine. Una obra de ciencia ficción pura y dura en la que un científico, al quedarse sin dinero para continuar sus investigaciones, comienza a testar en sí mismo. La droga que iba a mejorar su visión y permitirle ver el espectro invisible lumínico, de pronto le permite ver a través de ropa, paredes y, finalmente, el tejido del universo. Finalmente, el filme resulta ser un ensayo fantástico acerca de las preguntas filosóficas que llevan poblando tanto nuestra curiosidad como nuestras pesadillas desde los inicios del pensamiento cognitivo humano.



“Kristen” (2015), es presentada por su propio director en persona, Mark Weistra (que es un hombre alto y con una sonrisa muy sincera -y al que al día siguiente encontré en la maratón de 12 horas-). La trama presenta el existencialismo humano más puro del siglo pasado, en el cual el temor a la inexistencia se hace palpable en cada momento. Rodada en una única localización, con una actriz y un presupuesto de 8.000€, Kristen está muy bien dirigida y producida y resulta una película que te mantiene en el límite de la tensión más extrema en todo momento.


“The Neon Demon” (2016), dirigida por Nicolas Winding Refn, es la gota que colma el vaso de esta lista tan extensa de películas que he tenido que visionar. Describirla resulta casi imposible y genera opiniones totalmente contrarias entre la gran cantidad de espectadores que asiste a verla: Hay quien la ama, hay quien la odia, sin términos medios. Se nos presenta una estética emocional muy similar a la que ya se había planteado en “Only God Forgives”: El juego de colores se lleva de una manera magistral y fomenta la continuidad de la idea de que una imagen y su contexto ha de transmitir de la  misma manera -o más- que un diálogo. Los gestos, el entorno, todo es importante, nada es dejado al azar.



El filme utiliza el mundo de la moda para conducir un tema mucho más complejo: El encarcelamiento femenino dentro de una sociedad patriarcal, el odio y competitividad que se fomenta entre las mujeres, el uso de la belleza como herramienta de poder y arma de doble filo. En “The Neon Demon” se mezclan ideas como la brujería, la inocencia, el dolor y la búsqueda de aceptación, la absorción del sistema, la crueldad y la compasión, el desastre que sucede al éxito…



La protagonista, Jesse, es una chica de dieciséis años que decide explotar su belleza para ganarse la vida. Su inocencia deslumbra a todos los participantes que se encuentra del mundillo de la moda, hasta un nivel extremo y desmesurado en el que se convierte en la protagonista absoluta de la escena artística. La acompaña Ruby, una maquilladora multiempleada, haciendo el papel de protectora hasta que la situación deja de ser conveniente. Su descenso hacia el averno es la característica principal de la trama de la película, cómo la corrupción puede alcanzar cualquier corazón y arrastrarlo al más horrible y cruel destino.



Tras ver “The Neon Demon” creo recordar vagamente una fiesta en la que me mezclo sin problema para recopilar toda la información posible acerca de la opinión del resto de los asistentes a aquello que hemos presenciado. Sorprendentemente hay muchas personas decepcionadas con “The Neon Demon”, muchas risas y la curiosa presencia de Mark Weistra, el director de “Kristen”, que no duda en entablar conversación con cualquier persona que se atreva a acercarse.

 
Termina así la sección oficial “de la semana”. Me preparo conscientemente para las 12 horas de terror que me esperan al día siguiente, no sabiendo si sobreviviré a una experiencia tan intensa como esa puede suponer.



Por Marina Cruz Chueco