Tercera parte de la crónica del Molins Film Festival 2016

 

 

Tutorial: Cómo correr una maratón de doce horas, de noche, sin morir en el intento.


En muchas ocasiones se nos ocurre apuntarnos a locuras, locuras de estas enormes, de estas que hacen que te replantees qué estás haciendo con tu vida. Locuras de estas que es que simplemente te las proponen y parecen tan buena idea que antes de darte cuenta has firmado un contrato con el demonio.

Un gran ejemplo son las maratones: “Oh, una maratón, sólo son 40 km, no soy capaz de correr más de 200 metros sin que los pulmones se me salgan por la boca, ¿qué puede salir mal?” Todo, todo puede salir mal. No haces una maratón si no sabes correr y te ahogas subiendo las escaleras Cuarenta kilómetros son muchos kilómetros para ir corriendo.

Y doce horas son muchas horas para permanecer despierta delante de una pantalla con imágenes proyectadas, especialmente si al empezar ya llevas tus ocho o nueve horas despierta, que suman más de 20 en total.

He aquí un tutorial que recoge mi experiencia absoluta en un tema del que no sabía nada hasta hace relativamente poco tiempo. Comencemos, pues.


Para sobrevivir a una maratón de doce horas de terror, necesitarás:

-Comida. La comida es muy importante porque es la gasolina que tu cuerpo requiere para permanecer a máxima potencia y no distraerse.

-Bebida. No quieres deshidratarte al no poder salir de la sala para echar un café.

-Mantas. Hace frío y es de noche, quieres llevar mantas.

-Un pijama. Hay quien no estará de acuerdo conmigo, pero un pijama es la mejor opción si vas a permanecer doce horas estática frente a una pantalla. Los tejanos acaban clavándose y lo de las faldas ha de quedar descartado.


Una vez hayas recogido todo esto deberías plantearte dormir mucho el día anterior, recargar las pilas al máximo para no tener problemas con esa cosa tan molesta llamada párpados que si ya de normal hacen que te pierdas fotogramas de los filmes que ves, estando cansada harán que pierdas minutos completos.

Una buena opción sería que conocieras las películas que vas a ver, cosa difícil si la gente que organiza el maratón decide que una de ellas ha de ser sorpresa. ¡Aquí comienza el drama de tu vida, pero no termina aún!

Dirígete al lugar en que la maratón tendrá lugar, lleva tu entrada bien visible y hazte con un sitio espectacular desde el que visionar la proyección. Asegúrate de que tu comida esté toda intacta y a buen recaudo, acomódate y prepárate para no tocar un baño en varias horas. Si sigues estos consejos, ningún problema habrás de tener.

Para estar más seguros, de hecho, voy a relatar mi experiencia con la maratón 2016 de Terror Molins. Tened en cuenta que si os presentáis en una maratón de terror, probablemente estas no sean las películas escogidas, pero puede ser una guía para comprender qué vais a encontrar una vez entréis en la sala.


Llegué con mucha energía, exhuberante, con mi pijama, mi cojín, mi manta, mi bolsa de comida y las botellas de agua llenas hasta arriba. Así, ataviada hasta arriba cual aventurero en un mundo de fantasía medieval, me adentré en la sala del cine y me planté en el gallinero, con sus sillas de plástico y su barandilla frente a mí: Perfecto. Todo iba a ir bien, me dije, esto no es una locura, me dije.

Lo primero que pusieron fue “Im not a Serial Killer” (2016), de Billy O’Brien, una película que no mermó en absoluto mi energía sino que me dejó con ganas de mucho más, de seguir corriendo la maratón y llegar al final de esos cuarenta kilómetros reducidos a doce horas. Fue la película con más premios en el festival: Mejor película, mejor director y mejor actor (para Max Records).


La protagoniza John, que es un adolescente con un trastorno muy curioso que suele estar estigmatizado en la sociedad occidental actual: Sociopatía, una neurodivergencia que difiere bastante de la psicopatía pero que suele confundirse con ésta (de hecho, nos plantean esta confusión en el mismo filme, al pensar el entorno de John que es un Psicópata peligroso en lugar de asimilar su trastorno y ayudarle a redirigirlo).



John, sin embargo, es consciente de todo lo que conlleva esa falta de empatía y fascinación por la muerte. Tiene todo un código ético-moral que le impide caer en la espiral de terror y violencia de sus más oscuros instintos en la que él mismo cree que va a caer. La trama al completo gira entorno a una serie de asesinatos muy curiosos que se dan en Clayton, el pueblo en el que vive. John adquiere la determinación de encontrar al culpable ya que, al tener acceso a la funeraria de su familia, descubre que a cada víctima le falta una pieza de su cuerpo en concreto.


“I’m not a serial killer” se convierte en una obra maestra en la que se mezcla el humor negro más absoluto con el misterio y el terror, la dualidad de la fascinación a la que somos sometidos como espectadores y el miedo que nos provoca una hipotética situación de este calibre. La empatía tanto con el protagonista como con el asesino, al que descubriremos a los treinta y pico minutos de metraje. Una historia llevada de forma directa y sutil para plantear temas bastante complejos como la mezcla de sentimientos y la forma en la que el amor puede ser tanto creativo como destructivo.



Justo al terminar empezó “Train to Busan” (2016), de Sang-ho Yeon, que ya ha sido definida en varias ocasiones como “Lo que habría sido ‘Guerra Mundial Z’(2013) si hubiera estado bien hecha”. Casi dos horas de filme que mantienen al espectador en la más absoluta tensión, casi sin respiración y tratando de enlazar las ideas apropiadamente en su cabeza.


La trama es sencilla: Seok Woo, un empresario que nunca podría ser tu amigo por lo ocupado que está siempre, es coaccionado por su hija pequeña, Soo-an, para que la lleve a ver a su madre a Busan. Cogen el tren en Seúl justo al mismo tiempo que en la ciudad se desata la catástrofe zombie y se extiende por toda Corea, con la mala suerte de que un infectado ha conseguido subir al tren y va a transmitir el virus a otros pasajeros. El resto del filme transcurre en ese mismo tren, en una estación y en las vías vacías en la que otros trenes se han detenido.



Sé que dije anteriormente que no soy fan del terror pero los zombies siempre me han fascinado y he de reconocer que hacía años que no disfrutaba de una película de este género, quizá desde que vi “Night of the Living Dead” (1968) o “Pet Sematary” (1989).


La dirección y calidad técnica son absolutamente magníficas: Los planos están todos perfectamente planteados, con una exploración profunda por parte de todos los participantes. Los efectos especiales están planteados de una manera hermosa y teniendo en cuenta algo que suele olvidar la mayor parte de autores al coger este género: Las leyes de la física. Hablo de cristales que no ceden a la presión de dos mil zombies, de obstáculos que permanecen estáticos ante una fuerza superior, de personajes que quedan fuera del alcance de los predadores simplemente subiendo a un árbol. En “Train to Busan” no encontraremos nada de eso. Veremos zombies que rompen cristales, suben escaleras, hacen marabunta y se utilizan unos a otros como elevación para llegar más alto, objetos que ruedan y se mueven y personajes que no se salvan gracias a triquiñuelas baratas.



Aparte de la calidad de rodaje y montaje, también encontramos que en la aparentemente sencilla trama que he descrito unos párrafos arriba, se desarrollan algunos temas de actualidad Coreana (y no tanta actualidad) y se critican de forma poco sutil a favor del oprimido algunas teorías sociológicas como son el clasismo, el patriarcado y el desapego emocional, junto a los efectos negativos que tienen sobre las personas que crecen con ellos interiorizados. Observamos que las personas no siempre están dispuestas a ayudarse pero que una posición social baja te otorga una visión muy diferente de los problemas. Encontramos personajes complejos y perfectamente desarrollados que hacen variar sus ejes de personalidad según el momento en que se encuentren y el nivel de presión al que son sometidos.



Hicimos una pequeña pausa para cenar algo justo después y, al volver a la sala, encontramos la siguiente película de la lista de la maratón de 12 horas: “The Autopsy of Jane Doe”(2016), del director André Øvredal, y que enseguida se convirtió en la película que más soporífera me resultó. La situación estaba clara: Acababa de cenar y mi estómago lleno me pedía una cama, mantas y dormir. Aguanté despierta durante la 1h40m que duró, aunque fue duro y tedioso.


Después de las dos películas con las que la maratón se inicia, “The Autopsy of Jane Doe” se convierte en una película más, con una trama que se inicia de forma interesante pero que cae en picado a mitad del metraje para terminar siendo una película poco relevante.



La historia, como he dicho, comienza de una forma muy interesante: Padre e hijo regentan su propia funeraria y a altas horas de la tarde reciben como encargo del Sheriff el practicarle la autopsia a un cadáver que se han encontrado en el escenario de un asesinato múltiple. El cuerpo no presenta marcas o heridas que determinen la causa de la muerte, así que queda en sus manos descubrir exactamente los motivos de su muerte.


Esta película despierta en mí sentimientos contradictorios. Por una parte ambos actores, Brian Cox y Emile Hirsch actúan de una forma tan sublime que consiguen hacer que resulte creíble cualquier cosa que aparezca en pantalla, sea lo que sea. La ejecución a nivel técnico también es buena, con una fotografía que no se bambolea en absoluto y una dirección que resulta realmente preciosa, manteniendo el ritmo de forma clara y consiguiendo mantener al espectador en vilo, pendiente de la escena siguiente en todo momento.

 



El problema radica tanto en el montaje como en el guión a nivel de coherencia. Es una historia planteada para un público desconocedor de las estructuras más básicas de la brujería y el paganismo, cosa de la que tienen la culpa las películas más mainstream que suelen ser mucho más satánicas y demoníacas. Desde el inicio se nos muestra que el escenario del asesinato múltiple del que sale Jane Doe carece de marcas o forcejeos y se nos dice, literalmente, que las víctimas parecían querer escapar del lugar. Esa escena, en mi opinión, estropea el resto del filme a nivel narrativo y de suspense, porque nos hace conocedores de lo que ha pasado en realidad. Otras cosas menos sutiles son las marcas en el interior de la piel de Jane y la flor que encuentran en su estómago.


Quizá lo más destacable a mi parecer son las dinámicas de personalidad que se desarrollan entre padre e hijo y la forma en que van devanándose los sesos para averiguar cómo murió exactamente, debido a que cuando hallan la causa, esta no parece reflejarse en el exterior del cuerpo y, además, siempre encuentran algo peor, algo que no tiene sentido. Es una película claustrofóbica que podría haber resultado muchísimo más interesante y satisfactoria simplemente eliminando la primera escena o la frase de la mujer policía explicando lo que ha sucedido.



¡Justo después vino el drama! Como “The Autopsy of Jane Doe” me había dejado adormilada, no pude sorprenderme al descubrir la película sorpresa que Terrormolins había programado. Ya que el festival estaba ambientado en “The Fly”(1986) de Cronenberg… ¡Tocaba otra peli de Cronenberg! La escogida fue “Shivers”(1975).


Zombies, zombies y más zombies. Esta vez los zombies eran un poquitín especiales: Zombies sexuales. La trama se desarrolla en un complejo residencial de lujo en el que a un doctor se le escapa una babosa que ha creado experimentando sobre modificaciones genéticas. Estos parásitos convierten al humano en el que entran -incluso mediante el toque sexual más pequeño- en un asesino que necesita sexo.



No soy gran conocedora de la obra de Cronenberg y no sé si fue culpa de “The Autopsy of Jane Doe” por atontarme o de que “Shivers” no ha envejecido bien, pero la verdad es que me perdí aproximadamente la mitad de la película entre cabezada y cabezada. Me resultó lenta, muy lenta, aunque mi acompañante me explicó que justo cuando me había quedado dormida definitivamente fue cuando la acción comenzaba.


Cronenberg, sin embargo, no decepciona como director. Toda la película tiene un ambiente claustrofóbico y paranoico que logra que, como espectador, termines en el mismo estado de decadencia y pavor que los personajes del filme, sospechando de todo y todos.



Tras “Shivers” hice uso de mi bolsa de bebida y prácticamente inyecté una lata de medio litro de bebida energética en mi sistema para poder aguantar despierta las últimas horas de la maratón. Quedaban dos películas y tenía muchísimas ganas de verlas, así que no podía rendirme en ese momento. Una vez el chute hizo efecto y tomé el aire durante unos segundos, me dispuse a disfrutar de…


“The Girl with all the Gifts” (2016), del director de uno de mis episodios preferidos de “Sherlock” (2010 - ), Colm McCarthy, no podía decepcionarme. No tenía mucha idea de qué iba la película hasta que la tuve enfrente.


En cuanto comenzó, hice recuento de lo que me planteaban: ¿Distopía? Bien, un tema que me gusta. ¿Zombies? Perfecto, otro tema que me gusta. Pero… ¿¡NIÑOS EN UNA ESCUELA SUBTERRÁNEA ATADOS A SILLAS DE RUEDAS!? MARAVILLOSO, ESPECTACULAR.

 



Como docente que soy, me veo extrañamente fascinada y atraída hacia las obras que presentan la infancia escolar y reproducen los análisis pedagógicos que tantas horas me ha llevado leer. Por tanto, una película en la que los principales protagonistas son niños,  lo logró captar mi atención inmediatamente.


En “The Girl with all the Gifts” encontramos a Melanie (Sennia Nanua), una niña que vive atada a una silla de ruedas en un complejo en el que hay muchos otros niños en su situación. Resulta curioso el hecho de que los que los controlan y vigilan, los que los llevan a sus celdas y los sacan de ellas, son militares que parecen altamente entrenados y, pese a ello, tienen miedo de éstos niños. Poco después descubrimos que ésto se debe a que los niños no son humanos en realidad, sino híbridos entre zombie y humano. A nivel pedagógico, vemos a Aterton, que es una profesora sensible y preocupada por sus alumnos y representa la teoría de la escuela nueva, en la que los alumnos son responsables de su propio aprendizaje y todos ellos son importantes; que se ve atrapada en un sistema que representa la escuela tradicional y religiosa en la que los alumnos son potenciales criminales y deben ser educados de forma estricta.



Poco después de empezar el metraje, la base militar se ve atacada justo cuando Melanie está fuera de su celda y va a ser ejecutada para ser objeto de estudio y encontrar una cura al virus. Debe entonces huir junto a Cosidine, Aterton y unos cuantos militares más: Se expondrán todos a la supervivencia más ardua en un mundo en que la esperanza para la raza humana ha desaparecido.



A lo largo de la película vemos cómo el género zombie se ve transformado mediante las teorías sociológicas de la educación y altamente influenciado por los mitos religiosos que prevalecen en nuestro día a día transformados en supersticiones y preocupaciones ocultas. Resulta francamente reconfortante que se nos planteen cuestiones mucho las filosóficas acerca de la existencia que la mera supervivencia de la raza humana como destino final máximo que se exhibe en otras películas de zombies (sin ir más lejos, “Train to Busan”). El trascender humano se ve sustituido por la lógica aplastante de la evolución: ¿Por qué tenemos más derecho a la vida que otra especie? Esto puede relacionarse directamente con la historia evolutiva que plantea la ciencia, en la cual dentro de los homínidos unos lograron sobrevivir y convertirse en humanos y otros murieron por el camino.



La metáfora que utilizan en el metraje para explicar la historia es el mito de Pandora. Del mismo modo en que Pandora abrió la caja de los males, se representa que Melanie es quien va a desatar el Apocalipsis final, sin embargo, al fondo de la caja se encuentra la esperanza de la existencia, que es lo que esta película quiere transmitir a nivel trascendental. Tenemos la suerte, además, de que se estrenará en los cines en España el 3 de Febrero del año que viene.


Y llegó el final de la maratón con la película “Downhill” (2016) de Patricio Valladares.


En teoría va de dos ciclistas estadounidenses a los que invitan a participar en una competición de descenso en bici que organiza un amigo suyo. En teoría no iban a ir porque Joe, el prota, estaba traumatizado desde que su mejor amigo se murió haciendo descenso. Pero vaya, que van igual. Se emborrachan nada más llegar y al día siguiente deciden que es buena idea ir por la montaña sin un mapa. La cosa es que se encuentran un accidente de una furgoneta que ha aparecido de la nada, sin camino ni nada, y hay un hombre ensangrentado al que deciden ayudar. Diálogos espléndidos en los que se podría resumir la película:

-¿Dónde estáis?

+¡En el sitio del accidente!

-Pero ¿dónde?

+No lo sé, supongo que al este pero estamos alejados de todo.

-Ok, en 10 minutos estamos ahí.



Maravillosa, espectacular. Planos aéreos innecesarios cada dos minutos, interrumpiendo cualquier acción que esté sucediendo. Un montaje absurdo que rompe el ritmo cada poco tiempo, escenas que parecen guionizadas por un estudiante de secundaria al que están obligando a escribir un guión y una fotografía inconsistente.


En el gallinero las risas fueron copiosas, tanto por lo ridículo de la dirección, montaje y fotografía como la trama que mezcla zombies con brujas satánicas, asesinatos, larvas que parecen intestinos, nazis y… uff, de verdad, que ni idea.


“Downhill” resultó ser una caída absoluta al abismo más infinito de todos. Quizá lo que más miedo da es el hecho de que la programasen para el festival. Y lo que menos me gustó fue haber bebido aquella bebida energética antes de “The Girl with all the Gifts” porque, de lo contrario, podría haber dormido tranquilamente sin más.


¡Aquí termina este tutorial para soportar una maratón de 12 horas en el festival de terror de Molins de Rei!


Espero que os haya gustado y el año que viene podamos encontrarnos por la Penni todos nosotros. A ver si para entonces entra en la Seguridad Social el tratamiento para superar el hecho de que la maratón haya terminado, porque nos dieron las 12 del mediodía y los supervivientes continuábamos bebiendo y riendo en un bar cualquiera del que ni siquiera recuerdo el nombre con tal de no dejar la maratón atrás.



Por Marina Cruz Chueco