Terrormolins tiene una curiosa forma de seleccionar siempre una buena variedad de películas que no deberían funcionar juntas pero, sin embargo, lo hacen. Este ha sido el resultado de su festival número treinta y ocho, que se dice pronto, con un montón de sesiones dobles y llenas de emociones.
Este año mi presencia en el festival estuvo limitada por una enfermedad espontánea que bien podía haber sido parte de una de las películas, pero entre todos los visionados que tuve la oportunidad de hacer, destaco en base a mi criterio subjetivo, las siguientes:
Extra Ordinary (2019, Mike Ahern, Enda Loughman) me resultó refrescante y divertidísima. Se trata de una comedia irlandesa de terror que cuenta la historia de una medium que es profesora de autoescuela, un viudo que vive con su hija que quiere encontrarle novia y el fantasma de su esposa muerta, y una estrella del pop ya estrellada que quiere volver a la esfera pública a cualquier precio.
A Good Woman is Hard to Find (2019, Abner Pastoll) me sorprendió gratamente. El filme trata sobre una viuda con dos hijos muy pequeños que se ve envuelta en una movida de drogas cuando se le cuela un camello en casa para esconder el material que le ha robado al cartel más poderoso de la zona. La sorpresa vino del hecho de que esperaba el giro habitual de mujer-se-enamora-del-camello-y-hacen-crímenes-juntos pero, en su lugar, la mujer acabó entrando en una espiral de decisiones complejas y vueltas radicales a la trama. Una película que te causa ansiedad y angustia de la mejor forma posible: estás pendiente de que la mujer triunfe a toda costa.
Las tres retrospectivas que pude ver fueron maravillosas, ya que la calidad de las mismas y la visión en pantalla grande complementaron la experiencia.
Dracula: Pages From a Virgin’s Diary (2002, Guy Maddin), una adaptación muda de la obra original de Bram Stoker, guionizada entorno a una compleja coreografía de ballet hecha por los miembros de la “Canada’s Royal Winnipeg Ballet” y que ganó el premio a Mejor Película en el Festival de Cine Fantástico de Sitges ese mismo año.
Santa Sangre (1989, Alejandro Jodorowsky), que contó con la presencia de uno de los hijos del director que nos contó unas cuantas anécdotas interesantísimas respecto al método de trabajo de su padre.
Blue Velvet (1986, David Lynch) es una película que ha sido ya muy comentada a todos los niveles por críticos muy diversos. Ya la había visto, tanto en el cine como en la pantalla de la tele del comedor, pero siempre es un placer hacer una revisión en grande de una de las maravillas con las que Lynch, MacLachlan y Dern nos deleitan.
The Divine Fury (2019, Joo-hwan Kim), un acercamiento al concepto nihilista del rechazo a Dios en una trama fascinante que gira entorno a los exorcismos. Una representación preciosa del cine koreano, con unas actuaciones, dirección y coreografía maravillosas.
Color Out of Space (2019, Richard Stanley), una adaptación maravillosa de la obra de Lovecraft que me dejó al borde del asiento constantemente. Body horror, surrealismo y ciencia ficción se mezclan en un resultado pop de algo que se podría llegar a considerar serie B.
El festival estuvo lleno de vida y juerga. A las charlas y mesas redondas acudieron muchísimas más personas que en otras ediciones y fue un placer absoluto poder escuchar debates civilizados centrados alrededor del terror. Las sesiones de cortos y talleres para niños y adolescentes fueron intensas y divertidas, pues al acercar el cine de terror a los más jóvenes se fomenta muchísimo la pasión por un género que no está tan extendido como debiera, más allá de la habitual escena mainstream.
Como siempre, la Maratón de las doce horas se llenó por completo y, a última hora, apenas quedaba un cuarto de los asistentes en pie. La tradición se mantiene a lo largo de las décadas y los asistentes siempre salen con un muy buen sabor de boca.
Sólo nos queda mirar hacia el futuro y tratar de adivinar qué le depara al festival en el futuro lejano.