Sitges 2020: terror en la distopía

“Vivimos en el mejor de los mundos posibles”. Voltaire escribió una novela entera mofándose de esta sentencia de Leibniz. Sin embargo, para los habitantes de este planeta en 2020 su opinión parece, cuanto menos, intrigante; sólo que parece que vivimos en el peor, no en el mejor de los mundos. El nivel de deterioro que han alcanzado la mayoría de las instituciones a nivel mundial, por no hablar de la economía y las víctimas mortales de la pandemia, nos hubiera parecido absolutamente imposible hace tan solo unos pocos años.


Si algo reduce esta sensación siniestra que nos rodea, es el vago patetismo de la situación. La causa de la muerte de alrededor de un millón de personas, y de la mayor crisis económica a nivel mundial desde la Gran Depresión, no es una guerra, o una invasión alienígena, sino un humilde virus, y uno que es primo-hermano del que causa el resfriado común. Ni siquiera podemos argüir que el virus es resultado de un ensayo con guerra bacteriológica de algún despiadado gobierno, o de un fracasado experimento de algún avaricioso laboratorio farmacéutico: la teoría más popular a día de hoy es que la COVID-19 haya dado su salto a los humanos como resultado de la falta de higiene en un mercado de la China Central. No importa demasiado si esto último es cierto o no: lo que importa es la absoluta falta de épica de todo el asunto.


Políticamente, el mundo también se encuentra entre lo tenebroso y lo risible; pero decididamente más cerca de lo segundo; por dar un ejemplo muy significativo, el presidente de Estados Unidos no es el Doctor Doom o Lex Luthor, sino una estrella de reality show fascistoide y putero. Reconsiderando los últimos cuatro años de la política mundial me viene a la cabeza aquella escena del “Antichrist” de Lars von Trier, en la que un zorro exclama: “CHAOS REIGNS”.




Es como si estuviéramos en el infierno, pero el diablo estuviera más interesado en jugar con nosotros que en torturarnos, como ocurre en esa obra maestra del audiovisual fantástico, “The Good Place”. Si esto es el Infierno, es un producto de la Posmodernidad, más cerca de la comedia que de la tragedia.


Y a todo esto, llega Sitges. Con decir “Sitges” es suficiente: los cinéfilos sabemos que no es el pueblo costero 40 kilómetros al sur de Barcelona, sino el mayor festival de cine de terror y fantástico del mundo. Para los habituales, Sitges es dos cosas. La primera, la parte que uno puede disfrutar desde su primer día, es el Festival de Sitges como una oportunidad para ver las novedades cinematográficas del año, con un potente foco puesto sobre el género fantástico. En esto último, Sitges es lo mejor que hay en el mundo, por mucho que se empeñen en Austin.
La segunda, la parte que uno va descubriendo a medida que va coleccionando asistencias al festival año a año, es la comunidad. Amigos hechos entre el Auditori y el Retiro a base de cañas en el Bonanza, apasionadas discusiones sobre la última de Miike (o Cronenberg, o Carax) en la cola del Prado, noches legendarias en la festa de voluntaris que cierra cada año el festival… para los habituales, la “familia”, Sitges es un lugar especial.





La pandemia amenaza los dos pilares de Sitges. La parte de la comunidad es obvia: ¿podrá Sitges transmitir esa sensación de hermandad cinéfila, cuando el contacto físico está limitado por razones sanitarias? ¿Podrá Zoom, Clubhouse o cualquier otra herramienta devolvernos aunque sea una parte de ese maravilloso sentimiento? Y en cuanto al cine, ¿tiene sentido hacer cine de terror o fantástico en esta situación? Dejando a un lado la parte más puramente cinética del slasher, el concepto central más común en el fantástico es poner al espectador en una situación anormal, una situación que comenta de alguna manera la realidad que este espectador asume como auténtica. He aquí el problema: lo anormal en el cine pierde fuerza cuando uno ya vive en lo anormal. ¿Cómo hacer fantástico, en 2020?


A esta última pregunta tendrán que responder las películas seleccionadas por el Festival. Es una pregunta a la que no están preparadas para responder: la mayoría (¿todas?) las producciones que veremos este año en Sitges fueron producidas antes de que la pandemia se hiciera global. En este sentido, Sitges 2020 resultará una coda del fantástico antes del coronavirus, o sea antes de que lo fantástico invadiera nuestras vidas. Aún así, es interesante ver lo que proponen estos títulos, y si sus ideas son relevantes ante un mundo que ha cambiado.


Dado que algunas de las películas presentadas en Sitges ya se han estrenado en otros festivales, podemos ya comentar la dirección que toma el fantástico en 2020. Una clara idea emerge: la duda. La duda sobre la propia identidad es el principal elemento de “Possessor” y “Black Bear”. “Possessor” es la segunda película de Brandon Cronenberg (sí, hijo de), 8 años después de “Antiviral”, película que se llevó el premio a mejor ópera prima en Sitges 2012. En esta ocasión, Cronenberg nos trae una obra maestra que recuerda los mejores films de su padre en los 70 y 80. El personaje principal es Tasya, una asesina que posee a otras personas para cometer asesinatos imposibles de cualquier otro modo. A medida que la película avanza, los límites entre su vida personal y la de uno de los poseídos se disuelven; y con ellos, todos los marcadores identitarios de los que 2020 nos ha hecho todavía más conscientes: género, raza, edad… Todo desaparece para que podamos avistar lo biológico, la vida misma.
La película cuenta con una maravillosa Andrea Riseborough, que en este papel recuerda por físico y gravitas a la mejor Tilda Swinton. Y además, espectaculares efectos especiales analógicos, de los mejores que yo puedo recordar. Sin duda una de las películas del año, y probablemente una de las mejores obras del fantástico en esta década que comienza. No se la pierdan.





El otro film que flirtea con los límites de la identidad es “Black Bear”. Protagonizada por Aubrey Plaza, este film nos presenta un triángulo amoroso que se transforma en juego metacinematográfico. El film tiene un tono muy peculiar, saltando entre la comedia y el drama psicológico, lo intelectual y el humor más soez. Debo confesar que me interesó más de lo que esperaba, y la recomiendo.


Dudas sobre lo humano alimentan tanto la ya mencionada “Possessor” como a “Jumbo”, la ópera prima de Zoé Wittock. Ambas películas juegan a la nueva carne, pero si en el caso del film de Cronenberg el tono es siniestro e inquietante, Wittock nos trae una comedia dramática en la que una chica de pueblo se enamora de una de las atracciones del pequeño parque temático en el que trabaja. La mejor escena del film es aquella en la que Noémie Merlant (famosa por la extraordinaria “Retrato de una mujer en llamas”) tiene sexo con Jumbo, la montaña rusa. La escena consigue a la vez ser erótica y sutil, inquietante y sensual: más que a la nueva carne trae a la memoria “Under the Skin”, quizás la mejor película que el género fantástico nos regaló la década pasada. Desafortunadamente, la mayor parte de la película no consigue replicar este genial momento, quedándose en un costumbrismo cómico demasiado simplón.






El último film que llega a Sitges para traernos dudas es “She dies tomorrow”. Aunque se trata de un filme un tanto divisivo -personalmente lo encuentro presuntuoso y aburrido- no se puede negar que se trata de una película afortunada: nunca los temas de los que trata “She dies tomorrow” han sido más importantes que en 2020. El film empieza con una mujer de mediana edad que, repentinamente, está convencida de que morirá al día siguiente. Lo fantástico llega a la película cuando esta premonición se revela contagiosa, como si del COVID-19 se tratara: la obsesión irá “infectando” a todos los personajes de la película, hasta que todos ellos estén seguros de que morirán en 24 horas. ¿Hay acaso algo más apropiado para este año que una película sobre una epidemia cuyo efecto (en el caso de “She dies tomorrow”, único efecto) es darnos cuenta de la fragilidad de la vida humana?

Más allá de lo que “She dies tomorrow” parece decir sobre el momento actual, el film recuerda a otra película que ya logró muchos éxitos en el Sitges: “Coherence”, que ganó el premio de mejor guión y el del Jurado Joven en Sitges 2013. Ambos filmes retratan la vida en los suburbios de los Estados Unidos, con personajes superficiales que ven su vida distorsionada por la aparición de lo fantástico. Quizás los cinéfilos que adoran “Coherence” (de los que hay muchos!) encontrarán en “She dies tomorrow” cosas que yo no vi.


Del resto del line-up, tengo algunas películas que espero con ansía; destacaría “Kandisha”, dirigida por el dúo Julien Maury y Alexandre Bustillo, responsables de dos de las mejores película de terror del siglo, “A l’interieur” y “Livide”. También “Península”, secuela de la divertidísima “Train to Busan”.

 

En cualquier caso, es bueno saber que incluso en un año como 2020, nuestra cita anual con el fantástico ha podido mantenerse. Siempre nos quedará Sitges.



Por Cristian Planas