2020 ha sido un año terrible. Sin embargo, hemos tenido Sitges. Una luz en la oscuridad cinéfila, oscuridad que se ha tragado tantos, tantos estrenos. Una oscuridad que amenaza destruir, o por lo menos cambiar el cine para siempre: ¿cuántos cines nunca volverán a abrir sus puertas? Para empezar, el COVID-19 ha sido la puntilla para el mítico cine Méliès donde tantas películas hemos visto muchos: a la cabeza me vienen sus míticos ciclos de clásicos en verano. Descanse en paz. Desgraciadamente, me temo que no será el último.
Sigamos adelante. Intentemos ser optimistas. Sitges ha conseguido que nos olvidemos del coronavirus. Evidentemente no del todo, ya que incluso al festival se ha visto afectado. Al principio las medidas se limitaron a cancelar algunos actos (nuestra querida Zombie Walk) y a limitar al aforo al 70%. Desgraciadamente, la pandemia tenía otros planes: el jueves día 15 de febrero el festival anunció nuevas medidas, obligadas a raíz del decreto de la Generalitat, que limitaba todavía más las actividades del festival. Aforo reducido al 50%, todas las actividades paralelas anuladas, proyecciones nocturnas canceladas… Y otras limitaciones.
Pero, a pesar de todo, el festival sucedió, proyectando más de 200 producciones de todo el mundo. Como todos los años, hubo muchísima variedad: género de todo tipo y calidad, además de lo que yo llamo “fantástico a la Ángel Sala”. El nombre viene de la respuesta que nos dio el director del festival en una rueda de prensa cuando se le pidió justificar la proyección de Film Socialisme (dirigida por Jean-Luc Godard) en la edición de 2010. Su respuesta fue algo así como “somos un festival de cine fantástico, y Godard es un director fantástico”. Sí, en Sitges cabe todo: lo fantástico y lo fantástico.
En esta última categoría de fantástico entraría Black Bear, drama con elementos cómicos que tira de metacine y de Aubrey Plaza para encandilar al espectador. Se trata de un film que ya comentamos en el artículo que dedicamos a Sitges 2020 antes del inicio del festival, pues se proyectó en Sundance.
Lo mismo ocurre con la película que ya recomendé encarecidamente en ese mismo artículo, film que ha resultado ser, en mi opinión, la mejor película del festival: Possessor de Brandon Cronenberg: una película fantástica y fantástica. Parece que en esta ocasión el Jurado oficial del festival ha estado de acuerdo conmigo, ya que el film se ha llevado mejor película y Brandon Cronenberg el premio al mejor director. Pueden leer más de ella en el susodicho artículo.
Además de lo que ya habíamos visto en otros festivales, Sitges nos tenía preparadas muchas sorpresas, algunas grandes películas, otras menos grandes. Dejadme que os cuente.
Empezaremos hablando de Quentin Dupieux, un habitual de Sitges. Lo primero que me viene a la mente del director francés es lo mucho que me disgustó Rubber, su película sobre un neumático asesino que se proyectó en Sitges 2010. Le tengo especial cariño a aquella edición, ya que yo era suplente del Jurat Jove. Recuerdo salir del Auditori y pensar “¡que le den el premio a cualquier menos a ésta!”. Alas, el universo hizo lo suyo, y Rubber se llevó el premio del Jurat Jove. Sin embargo, tengo que admitir que Dupieux se ha esforzado por compensarme, y todas sus películas que he podido ver desde entonces me han entusiasmado: Réalité, Le Daim y ahora Mandibules. Se trata de un film notablemente más simple que su última obra, Le Daim, lejos de las inquietudes metalingüísticas de este último. Quizás gracias a ello, Mandibules es una de las comedias más puras y redondas que he visto en los últimos años. Una pasada, vaya. O, como diría la pareja de amigos protagonista, Manu y Jean Gab… Toro!
Hablemos ahora de la producción local, que este año ha sido muy apreciable. Hemos podido ver la última película de Juan Cavestany, a la vez enfant terrible y wunderkind del cine español. Dispongo de barcos y Gente en sitios son caballos de batalla de cierta crítica española. El cine de Cavestany es increíblemente original, y por ello, difícil de definir: lo primero que me viene a la mente es Cavestany como heredero espiritual del José Luis Cuerda de Amanece que no es poco. Un heredero moderno, que no oculta demasiado sus gafas de pasta, y está bien que así lo haga. Un efecto óptico sigue la línea Cavestany, algo así entre Adam Sandler y David Lynch, aunque esta vez hay más del segundo que del primero. Lo mejor, las interpretaciones de Carmen Machi y Pepón Nieto, que capturan perfectamente los hábitos y costumbres del turista -esa peculiar especie, ahora en peligro de extinción-, y en particular del turista español.
Con un tono muy distinto llega La vampira de Barcelona. Desde luego, más convencional en su guión: tanto que un compañero y amigo me la ha tildado de telefilm. Yo estoy muy en desacuerdo: creo que las florituras de la puesta en escena creada por Lluís Danés más que compensan por su falta de originalidad. El público del festival coincidió conmigo, ya que La vampira de Barcelona se llevó el premio del público.
Ya que hablamos del cine español, y debido a que se tratan de dos propuestas inclasificables, vale la pena comentar dos pequeñas películas en castellano llegadas a Sitges desde Argentina. La primera que quisiera comentar es Historia de lo oculto, píldora de thriller conspiranoico al estilo de los años 70, All the President’s Men meets El día de la Bestia. Candidata indiscutible a convertirse en película de culto. Menos exitosa resulta, en mi opinión, El elemento enigmático, mediometraje que retrata a un grupo de “astronautas” en un tono entre lo poético y la comedia de disparate. Personalmente no entré en la propuesta, pero en honor a la verdad, se trata de un film que ha causado división de opiniones, llevándose una mención del Jurado de su sección, Noves Visions.