El esperado segundo largometraje de la hija de David Lynch, “Chained”, es una angustiante cinta en la que el protagonista es un niño al que el asesino de su madre mantiene secuestrado durante años, obligándole a hacer las tareas de hogar, la comida, limpiar y, de paso, enterrar a sus víctimas… Retenido en contra de su voluntad, el niño ha de sufrir la impotencia de no haber podido hacer nada ni por su madre ni por él mismo, aguantando un infernal cautiverio. Vincent D’Onofrio interpreta a este asesino en serie. Para no salirse de la norma no escrita, padece el recurrente trauma paternal, que le fuerza a proyectar su frustración sexual y su ira en mujeres.
No encontramos rastros del estilo del padre de la directora, lo que, por un lado, es algo positivo para eliminar el lastre de su progenitor; sin embargo, tampoco estamos ante un film que destaque especialmente por nada. Los actores hacen bien su trabajo, la ambientación es la correcta, etcétera, pero ni con la sorpresa del film tiene posibilidades de ser algo más de lo normal.
Con “Cosmopolis”, Cronenberg se confirma como uno de los artistas más importantes de la historia del cine. Su prolífica carrera nunca ha dejado de sorprender e impactar en menor o mayor medida en la reflexión de la condición humana y la sociedad. Con este film, consigue la obra definitiva de nuestro presente acometiendo contra las obviedades, lo indecible, la verdad en estado puro. “Cosmopolis” trasciende de su apariencia fílmica hacia un crudo análisis en un momento en el que el ser humano ha de plantearse su papel dentro del gran avispero que es la tierra; la carencia de piedad, el fracaso ante el autoconocimiento, la conciencia descartada y corrupta, la violencia irreflexiva e inevitable, la economía del absurdo, los poderes permitidos, la eterna ignorancia…
La genialidad a la hora de elegir el portavoz de este mensaje no deja de maravillarme, ídolo de la masa del futuro, Robert Pattinson se viste de anti-mesías y aborda, dentro de su pequeño al tiempo que enorme mundo representado por su limusina, tema a tema, escena a escena, todo lo que ha ponerse de manifiesto. Acompañado en cada paso del camino por brillantes actores como Juliette Binoche, Samantha Morton, Mathieu Amlaric o Paul Giamatti, la reflexión está servida.
La escena final es, simplemente, devastadora: la lucha entre los sistemas económicos, una lidia a muerte entre el que se cree inmortal y el que no ve otra salida que erradicarlo a como dé lugar. Un desenlace que se deja en nuestras manos.
La explosión de ideas que el film proyecta en tu mente es abrumadora, tanto que incapacita pensar en cualquier otra cosa. Basada en la novela de don Delillo, estamos ante una obra de arte, que aparte de su impecable factura, controlando al detalle planos, actuación, sonido e intencionalidad, es una obra, por encima de todo, necesaria.
De repente, un pedazo de tierra queda aislado completamente por un muro invisible. Lo que queda dentro de este muro no puede salir, lo que queda fuera de este muro queda petrificado. Parece haber quedado atrapada una sola persona.
La protagonista de “The wall”, esta peculiar historia, nos relata, cual diario, los acontecimientos y el devenir tras quedarse encerrada misteriosamente. Lo más interesante del film es, precisamente, la evolución psicológica del personaje que, cual Robinson Crusoe, ha de enfrentarse a la perspectiva de valerse por sí misma, lo quiera o no, adaptarse a la soledad, a la lucha por la supervivencia en sus términos más básicos, superando la falta de todo aquello creado por el ser humano: tecnología, arte, etc…En medio de sus revelaciones, llega a pensar que es una especie de dios dentro de su pequeño mundo, acompañada sólo por un perro, dos gatos y dos terneros, la conciencia superior del ser humano se alza ante una dominancia obvia. Progresivamente, cuando todas las esperanzas sociales se ven truncadas y acaba poniendo por encima de un congénere a sus animales, trasciende la paz interior sobre conceptos como felicidad o tristeza dejando como objeto último un solo sentimiento, el amor.
El siguiente film del día, “The life of Budori Gusuku”, adaptación del cómic homónimo de Kenji Miyazawa y dirigido por Gisaburo Sugii, es un fantástico relato de animación en el que los protagonistas son gatos humanizados, bípedos, vestidos, con casa, etc… La historia está enmarcada durante una época de hambruna en la que un niño se queda solo en el mundo. Sus padres mueren durante una tormenta de hielo y su hermana es “acogida” por una especie de gato mágico. Decidido a no perder la esperanza, el chico busca fortuna lejos de la miseria de su pueblo, encuentra trabajo, consigue estudiar y se hace ingeniero de volcanes. En general, es un largometraje algo soso, con bastantes escenas lentas y un argumento muy básico cuya historia es confusa e inconclusa. La banda sonora tampoco ayuda pues parece desligada de la narración y el contexto, con temas occidentales en una sociedad claramente japonesa y rural. Es inevitable el pensamiento de que le falta la magia de Miyazaki.
En un día en el que “Cosmopolis” sigue reverberando en nuestras cabezas pasamos a la proyección de “Berberian sound studio”. Intentar explicar este film es harto complicado pues no te da pistas para su interpretación. Tenemos un mezclador de sonido que empieza a trabajar en la postproducción de una película de terror introduciéndose en un grupo de trabajo ajeno, del cual no entiende ni su lengua. El ambiente se va viendo enardecido progresivamente por la actitud dominante del productor y la arrogancia y desdén del director a lo que, añadiéndole los comentarios de alerta por parte de una de las actrices, crea un ambiente opresivo y agresivo, psicológicamente hablando.
Lo que podría tener varias vías de desarrollo queda en una especie de paranoia que emborrona todo y no permite empatía o entendimiento, solo deja dudas y desinterés generalizado.
Acabemos el sexto día de festival con uno de los titanes del género de terror: Dario Argento. Tras 3 años de inactividad tras las cámaras presenta “Drácula 3D”, tal y como suena, otra versión de la novela de Bram Stoker con el atrevimiento de realizarla en tres dimensiones. A grandes rasgos, la película es un gran telefilm, tanto la factura como la puesta en escena no dejan duda de ello. Así mismo, a parte de algún que otro plano o escena interesante, la aplicación del 3D es bastante tosca e innecesaria. Destacable es, sin duda, el personaje mismo del conde Drácul, tan hipnótico y perverso como debe ser para adquirir el carisma que le caracteriza. Tampoco podemos despreciar la aparición estelar de un Rutger Hauer encargado de encarnar al enemigo mortal del vampiro de vampiros.
Teniendo en cuenta sus limitaciones, no es un trabajo fallido del todo, supera tranquilamente a proyectos absurdos como “Van Helsing” (2004), pero tampoco debemos olvidar que este director es capaz de mucho más.