Afterparty va a ir directamente al saco de películas tachadas de malas a causa de su nacionalidad: quizás por no ser estadounidense, a lo mejor por ser española y probablemente por ambos factores.
Duele tener que argumentar por qué la cinta, que no es una excelente obra, tampoco es una mera bazofia. Afterparty es un slasher, género que no excusa que una película pueda ser pobre en sus diversos apartados pues tenemos grandes ejemplos como The Texas chainsaw massacre (Tobe Hooper, 1974) y Halloween (John Carpenter, 1978), títulos que, con muy muy poco, hicieron muchísimo. Sin embargo, también tenemos una larga lista de películas de serie B que miles de personas disfrutan sin ningún tipo de prejuicio con la humilde intención de llevarse cuatro sustos y disfrutar con cada muerte y cada cliché. Es fácil que Afterparty que se vea con prejuicios y ante cualquier otro factor se antepongan su nacionalidad y qué la produce, pues ambas características le dan un ligero todo televisivo que, por fin, empieza a ser aborrecido.
Dejando esto a un lado, también hay que agradecer que la historia principal sea ligeramente verosímil en lugar de contener al aborrecido asesino en serie cuya intención es nula o previsible. Esto puede hacer que la película pase de ser un slasher a ser un pequeño thriller aderezado con un poco de sangre y sustos previsibles. Entre los personajes destacan las caras conocidas de Luis Fernández y Úrsula Corberó, que ya aparecieron en XP3D (Sergi Vizcaíno, 2011), otro slasher pero de carácter pretencioso; otras intérpretes no tan conocidas salvo para los/as seguidores/as de teleseries nacionales cumplen su papel correctamente sin que haya alguna actuación fuera de lo común que desentone. En general, el equipo interpretativo cumple su función en una película sobre adolescentes siendo asesinados uno por uno.
Técnica y artísticamente, Afterparty sigue las normas al pie de la letra, ni comete errores garrafales ni destaca por encima de otras cintas, por lo que no hay nada que llame la atención ni positiva ni negativamente. Algo que se agradece es que siga la clásica estructura de planteamiento, nudo y desenlace (con sus respectivos clímax y giros de guión) aderezando éste primero con secuencias parodia de la telebasura, el horrible mundo de los videoblogs, las filtraciones en Internet y el propio género slasher. Algunas de éstas críticas, muy poco sutiles, giran en torno a la trama principal y no parecen completamente gratuitas.
Afterparty no pasará a la historia como algo a recordar, pero su visionado puede llegar a ser bastante entretenido y curioso si se ve sin, una vez más, los habituales prejuicios del espectador medio.