Al descubrir que se estaba preparando una película sobre wikileaks, uno no puede evitar preguntarse “¿Ya?”. Y es que, aunque la epopeya de Julian Assange está muy lejos de acabar a día de hoy, Bill Condon nos presenta una película sobre el enigmático hacker, que desde la embajada de Ecuador en Londres tiene que limitarse a ver a Benedict Cumberbatch (a quien trató de convencer para que no lo interpretara) meterse bajo su plateada melena. Y sí, también es reciente y está incompleta la historia de Mark Zuckerberg, pero Bill Condon no es David Fincher.
Y pasa lo que pasa: “El quinto poder” es una película a medias. Una buena película a medias, si tengo que valorarla. Planteada como un thriller salpicado de terminología informática (demasiada en ocasiones), la película se basa en el libro de Daniel Domscheit-Berg (interpretado por Daniel Brühl) y cuenta su relación con Assange, desde el día que se conocieron personalmente, pasando por la creación y primeros golpes de Wikileaks, el escándalo del “cablegate” y su separación a nivel personal y profesional. Y aquí llega el otro punto importante: “el quinto poder” es descaradamente parcial. Berg conoce a Assange y se convierte en su mano derecha, y desde su punto de vista vemos a su héroe convertirse en villano. Berg, Singer y Condon sacrifican veracidad para convertir la historia en película.
No es para nada una película aburrida, pese a sus dos horas de duración, que se hacen llevaderas en parte gracias al toque de película de espías que tiene a ratos; pero la mayor parte del tiempo tienes la sensación de que falta algo, algo que tiene que llegar y que no va a llegar porque ya sabes cómo no acaba la historia. Puedes dejarte llevar por la creciente paranoia de los protagonistas, mientras avanza la trama, pero nunca se llega a percibir una amenaza real, sabes que no vas a ser sorprendido y que no va a ocurrir nada. El miedo de Assange es real ahí fuera, pero en la película es una pistola de Chejov que nunca llega a dispararse; no nos lleva a ningún lado.
Si pese a esto, “El quinto poder” es un visionado agradable, es en gran parte gracias a la pareja protagonista, Brühl con su habitual perfil bajo carismático, y Cumberbatch con una extraña interpretación del líder de Wikileaks, aún más particular que el verdadero Assange, dibujando a un personaje que casi no parece que pueda ser real. El resto del reparto no hace nada más que bailar alrededor del dúo, sin que se les permita destacar demasiado (desaprovechadísimos quedan Anthony Mackie, Peter Capaldi o Carice Van Houten que, para colmo, aparece en portada y no debe tener ni 10 minutos en pantalla).
El ritmo que Condon le imprime a la historia también juega a favor del guión de Josh Singer, las localizaciones internacionales hacen todo más ameno, y la escenificación de la red como una oficina infinita en la que los hackers aporrean sus teclados es una idea excelente a la que se le podría haber sacado más jugo. Me pareció especialmente acertada la recreación del Berlin de principios de la década del 2000, ese ambiente de convenciones de hackers, fiestas de música electrónica, y mochileros cargados de material tecnológico donde se concibió gran parte de las aplicaciones informáticas que hoy usamos constantemente. La banda sonora de Carter Burwell encaja perfectamente con toda esta ambientación, pero no queda ninguna pieza para el recuerdo.
“El quinto poder” es una película correcta, entretenida y bien interpretada, pero le falta algo. Le falta perspectiva, le falta emoción y le falta verdad. Pero hasta que Julian Assange cuente su parte de la historia, tendremos que conformarnos con la prematura opinión de Condon y con la mirada de Berg, acerca de la figura de un hombre que quiso hacer historia diciendo verdades. Eso, y ver documentales.