La excelencia de Roman Polanski se demuestra a cada pieza que nos regala. Sus anteriores incursiones en la gran pantalla “The ghost writer” y “Un dios salvaje” son muestras inequívocas de que este autor se ha consagrado como uno de los mejores directores de nuestro tiempo. Ahora, con “La Venus de las pieles”, nos traslada al teatro de la vida.
Guión, interpretación, escenografía y, por supuesto, dirección son, a falta de un adjetivo mejor, sublimes. Iremos por partes. Presentando de la forma más elegante e inteligente las creencias, motivaciones, prejuicios y percepciones humanas, de lo simple a lo complejo se vapulean conceptos sabidos y conscientemente ignorados dándonos una lección tan necesaria como oportuna. La actuación deja sin aliento; el film es llevado a dos manos: la sorprendente Emmanuelle Seigner, da vida a la femineidad en toda su extensión mientras que Mathieu Amalric da las réplicas del hombre terrenal. Toda la acción tiene lugar en un teatro, sin complicaciones, demostrando que el minimalismo no es sinónimo de falta de intensidad ni que para vertebrar una historia sea necesaria más de una localización. Por lo que a la dirección respecta, Polanski infunde su dominio tras las cámaras colocando en cada plano los ingredientes pertinentes para que, escena tras escena, puedas ver la evolución de personajes y argumento de forma natural y fluida.
Basada en la obra de teatro escrita por David Ives, “La vénus a la fourrure” hace reflexionar acerca de los roles impuestos y autoimpuestos usando una dinámica cambiante completamente estimulante. Tomando como núcleo temático el sadomasoquismo, explora los componentes de esta pulsión reduciéndola a sus bases psicológicas. Lo que en un principio parece el insustancial egocentrismo del protagonista, dominando su ambiente de una forma, por momentos, cómica, resulta en una proyección e intento de manipulación para satisfacer unos deseos que su moral o mezquindad no le permiten llevar a cabo. Y es que uno de los peores males es el autoengaño.
Es de suposición fácil que este film tiene muchos aspectos abiertos a un extenso análisis, mas el desgrane llevaría consigo spoilers que evitarían el placer de su visionado y consiguiente asimilación por uno mismo. Tan sólo me permitiré un último apunte: quizás no se pretenda dicho análisis, ya que en la propia película se mofan de las altas pretensiones y los mensajes subyacentes en una obra, pero no es más que otro toque magistral ya que “las cosas son como son” (o por lo menos deberían serlo).
Otra obra maestra de Roman Polanski que no dejará indiferente a aquel que tenga la suerte de verla aunque su reconocimiento se quede, probablemente, en Europa. De todas formas, lo mejor que pudo pasarle a este artista fue el exilio americano.