Dentro del ciclo de cine francés inédito de los cines Verdi nos llega “L'armée du crime”, película del 2009 que hasta ahora no había visto la luz más que en festivales. Robert Guédiguian dirige un drama histórico (tomándose ciertas licencias, como bien apunta en los créditos finales) sobre un grupo de jóvenes e inmigrantes que, bajo el mando del poeta argelino Missak Manouchian, plantan cara al ejército nazi asentado en Francia, y a las autoridades colaboradoras.
Pese a su premisa, “L'armée du crime” apunta desde el minuto uno a que no va a ser una película bélica, ni siquiera va a tener mucha acción. Y así es, Guédiguian prefiere poner el ojo en el drama humano, las circunstancias que llevan a estos hombres a convertirse en un comando “terrorista” y hasta por momentos hace el amago de apelar a la humanidad de los soldados alemanes, a diferencia de la descaradamente maniqueísta “Inglorious basterds” (Quentin Tarantino, 2009) que, por algún motivo, ha sido comparada por algunos con esta cinta. El problema es cuando esta mirada al interior de los personajes es incompleta y hasta aburrida. Manuchian y su amada Melinée, interpretados maravillosamente por Simon Abkarian y Virginie Ledoyen se llevan la mejor parte. El conflicto del poeta, que busca el conflicto entre su integridad moral (lo que debe hacer) y física (el riesgo que enfrenta) y el reflejo de éste conflicto en su pareja, ocupan una buena parte del contenido de la cinta. El joven Marcel Rayman, interpretado por Robinson Stévenin también sale bien parado, pero a partir de aquí, todo queda desdibujado, y al cabo de un par de días cuesta recordar quién más hacía qué dentro o fuera del grupo (problema que, ahora sí, también encontrábamos en la película de Tarantino), especialmente en el caso del inspector Pujol (Jean-Pierre Darrousin), protagonista de una trama que al final no va a ninguna parte.
“L'armée du crime” tiene muy buenas ideas. El contexto es muy interesante, el retrato de jóvenes que se debaten en si tienen que actuar o dejarse llevar por la corriente, de las autoridades francesas que cobardemente se vuelven contra los suyos para satisfacer a los nazis, y la percepción que un pueblo sometido puede tener sobre la resistencia violenta. Pero con estos ingredientes, se queda a medio gas. El poco peso que se le da a muchos de los protagonistas, la dirección pausada, o la música, perfecta en su ejecución pero en mi opinión, poco acertada, de Alexandre Desplat se unen a los aparentes pocos medios y hace que la película acabe pareciendo un telefilm con algún que otro pico de emoción. Durante las más de dos horas que dura la película, podemos sentir la pasión que el director y los actores sienten por la historia, pero en pocas ocasiones eso se transforma en emoción en el espectador.
No por esto, el film de Guédiguian deja de ser interesante, pero sí una estupenda oportunidad desaprovechada de mostrar un punto de vista distinto (europeo, podríamos decir) a una parte del conflicto que aún espera que alguien cuente su gran historia. Quizás la próxima vez.