El ser supremo y todopoderoso no se encuentra en los cielos ni nos mira desde una absoluta distancia, está cuando se le necesita y actúa sin miramientos para que la balanza nunca se decante. Quien emerge de las profundidades de la tierra con esta magnánima misión no es otro que Godzilla, el Dios de los monstruos, el miedo de los hombres, la fuerza absoluta de la naturaleza.
La era nuclear hizo nacer en tierras niponas el mito cinematográfico de unos seres radiactivos que aterrorizaban las urbes de la isla con sus luchas y su gigantismo. La impotencia de una fuerza tan inmensa dejaba imágenes de una población estupefacta y huidiza. Desde entonces, se nos ha deleitado con múltiples films que evocaban a esta misma historia así como sucedáneos que, cogiendo un poco de aquí y de allá, lo intentaban. La nueva versión de la mano del director de la aclamada “Monsters” (2010) puede, sin lugar a dudas, calificarse como una versión fiel al tiempo que moderna.
Con un preludio digno de un genio, apoderándose de la atracción y el talento de figuras como Juliette Binoche (Cosmopolis, 2012), Bryan Cranston (Breaking Bad, 2008-2013) y Ken Watanabe (Cartas desde Iwo Jima, 2006), arranca con lágrimas y tensión extrema un film que pone al nivel de una hormiga a cualquier ser humano. A partir de este momento, aunque el nivel interpretativo cae considerablemente, carece de importancia pues el protagonismo absoluto se lo va a llevar el ser que le da título. La expectación cobra sus frutos y desde la primera aparición parcial hasta el esplendor en sí mismo de Godzilla nos deja con la boca tan abierta como a los propios extras aunque, a diferencia de ellos, deseando aún más. Y lo tenemos.
En esta espera ansiosa se basa la gran ventaja de la película que, lamentablemente, se vuelve algo repetitiva durante su desarrollo tocando incluso lo de “qué casualidad” en muchos momentos. La cuestión es siempre el punto de vista, está claro que la perspectiva es la del ser humano en medio de un tornado que ha provocado y sin embargo es incapaz de parar; pero nos encontramos en la misma disyuntiva que en films como “Transformers”, salvando las enormes distancias ¿qué puede hacer un individuo en medio de una lucha de titanes? El papel de las personas es poner de manifiesto nuestros temores y la incesable torpeza para no aprender de nuestros errores pero el que obtiene realmente nuestra atención es el pedazo de animal de 200 metros que se pasea por la ciudad destrozando edificios a su paso.
Obviando pues la falta general -que no particular- de carisma de los humanos del film, cabe mencionar el cuidadoso trabajo realizado a la hora de dar vida a las criaturas en una estupenda labor de los encargados de efectos especiales. Esto, unido a las múltiples referencias (a los films originales) y guiños (como usar el movimiento de un alcatraz frente San Francisco) hace las delicias de cualquier espectador amante de los detalles, algo sumamente importante para valorar la pasión puesta en un proyecto.
No intentemos buscar una obra maestra, no vamos a encontrar la escena del oscar, estamos ante una oda al kaiju desde occidente, ni más, ni menos. A disfrutarla!