“Locke”, de Steven Knight, es todo un ejemplo del camino a seguir. Tiene el argumento de una película indie, está protagonizada por toda una estrella en alza como Tom Hardy, se desarrolla a base de conversaciones telefónicas dentro de un coche y, pese a ello, posee el ritmo del mejor thriller.
Lo que ofrece “Locke” es un recital de Tom Hardy al volante (aunque en nada se parezca a su próximo papel estelar sobre ruedas como reencarnación de “Mad Max”) que carga todo el peso de la película sobre cuatro ruedas y nos lleva en su personalísimo viaje nocturno: un viaje de ruptura, de cambio, un viaje que debe hacer.
La premisa de “Locke” es tan sencilla como eficaz: Ivan Locke, un joven y -deduzco por su cochazo-, acomodado jefe de obra sale del trabajo y empieza a conducir. Entonces empiezan las llamadas; al día siguiente, pese a ser el día más importante en su carrera laboral, no irá a trabajar. Tampoco va a ver el partido con sus hijos. No va a dormir con su mujer. Ha surgido algo, algo que no puede dejar pasar sin más. No sabemos dónde, pero Ivan Locke tiene que conducir aunque ponga en peligro la vida que ha conseguido hasta ahora.
“Locke” es un thriller, pero eso no significa que vaya a acabar a tiros. Nadie le persigue. La muerte no acecha a ningún personaje. Estamos ante la historia de un hombre perseguido por las consecuencias de sus actos, un hombre que siente el deber de hacer lo correcto, que quiere plantar cara a un fantasma personal y demostrarle que él puede encargarse de hacer lo que hay que hacer, cueste lo que cueste. Todo esto queda en manos de un genial Hardy, que tiene que dar el 200% para convencer cuando no hay otras caras ni ninguna situación efectista para aliviarle la carga del film. Los actores al otro lado del teléfono (entre los que se encuentran Tom Holland de “Lo imposible” o Ben Daniels de “House of cards”) resultan convincentes y se reparten el peso en mayor o menor medida, pero no salvan a Hardy del marrón de tener que dar la cara durante todo el metraje y, lo mejor, es que no parece que él lo necesite.
A Steven Knight tenemos que agradecerle el ritmo con el que la película avanza, y él es el responsable de que “Locke” no sea el tedioso film que podría haber sido. Aún con todas las cartas sobre la mesa (no juega a reservar el misterio para el final, ni mucho menos) y sabiendo qué es lo que va a pasar, seguimos interesados. Knight y Hardy han conseguido una conexión emocional con el personaje y ya no podemos dejarlo solo en su viaje. La efectividad, sin ser memorable, de la música de Dickon Hinchliffe y su ajustada duración impiden que miremos el reloj ni una sola vez haciendo que nos concentremos en el hombre a la carrera.
Sin mucho más que poder decir para no arruinar la experiencia, y suponiendo que encontraré críticas contrarias, yo voy a aprobar holgadamente a “Locke”. Una interesantísima historia sobre responsabilidad, sobre demonios internos, sobre la importancia de unos cimientos fuertes ( maravillosa metáfora la que el guión de Knight presenta con el oficio y la psique del protagonista) y sobre conducir en la dirección correcta, sea cual sea. Y, por supuesto, llegar de una pieza, como hacen Knight y Hardy. Ojalá tuviéramos propuestas como la presente más a menudo.