Combinando cámara de fotos y cámara digital en este rodaje, Catfish logra una gran naturalidad para mostrar una realidad que todos asumimos cotidianamente sin atisbar la perversidad que se esconde en ella.
En las redes sociales internauticas puedes ser quien quieras, ser alguien que no existe o incluso personificar todo un grupo. Este es el caso expuesto, a modo de diario documental, por los creadores del film. Desde los iniciáticos contactos a través de internet hasta la decisión de ir a conocer físicamente a su interlocutor, se va viendo el proceso retorcido en el que si bien por un lado todo son ilusiones e incluso hay cierta afloración de sentimientos, por el otro solo hay engaños y cortinas de humo. La capacidad de manipulación que se deriva es tan enorme como inconsciente, se afecta a quien no engaña ni se esconde, a personas de verdad, de un modo que no se puede prever o controlar.
La parte más interesante del film es cuando se enfrentan cara a cara con la persona que estaba al otro lado de la línea. En este punto, el sentimentalismo se adueña del film con una inesperada y refrescante sinceridad sobretodo de la mano de la persona que admite haber mentido online. La vida de ésta no es para nada envidiable; su mundo se reduce a cuidar de sus hijos, dos de ellos hijastros con una severa deficiencia mental, y convivir con un marido también con cierto retraso. Sus únicas válvulas de escape son la pintura y llevar toda una vida virtual en la que es todo un grupo de personas. Sus sueños fueron muriendo para dejar paso a una compensación psicológica.
En definitiva, Catfish resulta un documental casi perfecto. Su inherente realismo, por estar rodado casi como un video aficionado con cámara en mano y planos secuencias; así como por optar por un montaje que muestra lo justo y necesario al tiempo que le da un ritmo natural al metraje, lo convierte en una experiencia casi propia en la que se te da la oportunidad de ver los dos lados de la moneda.