Blanco y negro
El veredicto (2013, Jan Verheyen)

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Original

     Empieza El veredicto con una cita de Albert Camus: “No hay justicia, sólo límites”. Y sobre esta cita y su significado se sustenta la nueva película de Jan Verheyen, una obra que explora los límites morales ante el crimen, la aceptación de las leyes y el sistema jurídico, solo que lo hace con la sutileza de un atropello.


     Aquí cabe aclarar que estamos hablando de una película belga, y que, a riesgo de arruinar el “a ver por dónde sale ahora”, lo que tenemos aquí es algo que parece un drama que va a convertirse en thriller y acaba derivando en película de juicios como las que ve tu madre después de comer. Y que el protagonista es Koen De Bouw (“Loft”, 2008) y no Liam Neeson (“Venganza”, 2008) en el papel de un desgraciado que tiene que vérselas con la “justicia” de una forma más o menos realista, en vez de evaporar un país de Europa del Este a base de ostias. Entonces, ¿puede una película que es de juicios en vez de ser como “El justiciero de la ciudad” ser tan poco sutil como ésta? Habrá que explicarse.

     “El veredicto” nos cuenta la historia de Luc Segers, a quien puedo describir resumidamente como “ese hombre que parece tenerlo todo hasta que llega la tragedia”. Y la tragedia llega, en forma de encontronazo fortuito con Kenny de Groot (Hendrik Aerts. “Goltzius and the Pelican Company”, 2012), que al ser descubierto robando una tienda por la mujer de Luc, se lanza contra la pareja, dejando al protagonista en coma y a su mujer e hija, muertas. Aquí llevas 5 minutos de película y todo ha sido tan terriblemente trágico, casual y gratuito que tienes que autoconvencerte de que el director no se estaba partiendo de risa al visualizar la escena. Aquí empieza a notarse la absoluta falta de sutileza. Acabas de empezar y Verheyen te ha dado en la cara con un martillo en llamas.
Tras despertar del coma, Segers (interpretado elegantemente por De Bouw, que aporta el carisma maniqueísta que el guión le exige) identifica al agresor, contrata un abogado y gracias a él aprende, -segundo martillazo en la frente- cómo funciona el mecanismo por el que un criminal ruinoso se puede plantar en un juicio con la abogada más prestigiosa de la ciudad pagada por el Estado. Y entonces viene el tercero: El asesino De Groot acaba en la calle porque el fiscal se olvidó de firmar un papel. Tras estos acontecimientos, Luc Segers decide plantar cara a todo el sistema. Casi nada.

     Lo que pasa con “El veredicto” es que, planteando una situación tan dura y sobre todo, posible (al fin y al cabo en España sabemos mucho de delincuentes libres y justicia en saco roto), siempre parece usar las situaciones más fáciles e impactantes. Pasa eso, su total y determinante ausencia de grises. Porque Luc es bueno, parece bueno, estás convencido de que él es el bueno y quieres que lo siga siendo. Kenny es malo, no sólo porque en sus primeros 2 minutos en pantallas monte una masacre, es malencarado, su boca es constantemente un arco y entra en los juzgados con la capucha puesta. Más malo, imposible. Su abogada parece pérfida e impertinente desde que aparece en pantalla, el fiscal roza la caricatura de fascista de despacho y el ministro de justicia se nos presenta como un bobo que se pasa la película intentando salir del paso... vamos, como un ministro.Verheyen podría perderse en los millones de factores, laberintos legales y problemas políticos y sociales que pueden causar un error judicial y desencadenarse tras éste, pero se decanta por lo facilón porque, aunque en el fondo sabemos que lo que quiere contarnos es lo correcto, parece no querer arriesgar a que ni por un segundo paremos a planteárnoslo. Una película como ésta necesita gris, necesita debate, hacernos pensar. Que nos cueste decantarnos por un personaje u otro. Que, acabe como acabe, algo nos siga diciendo que no está del todo bien. La dirección y guión del propio director, e incluso el casting, nos manipulan descaradamente para inclinarnos hacia el lado de Luc, quedando patente definitivamente con el intento de “humanización” de Kenny, que llega muy tarde y sobre todo muy mal, de nuevo casi rozando el chiste.

     Esta manipulación de la que hablo queda en parte disimulada por el estilo de Verheyen, que sigue la línea del nuevo cine que viene del norte de Europa: frío, distante y preciso. Como decía antes, la película parece creerse un thriller, huye de los clichés del drama tanto como puede y hasta la música parece más propia de una película sobre atracadores de bancos que de una que se pasa la segunda mitad contando un proceso judicial; mientras, por lo que se refiere al toque de crítica política, aún pareciendo un poco pueril por la forma tan descarada de plantearla, acaba convirtiéndose en un aliciente. Todo ésto juega a favor de “El veredicto” puesto que es precisamente el ritmo del film, junto al buen hacer del actor protagonista  lo que hacen la cinta bastante más disfrutable de lo que pudiera parecer visto lo descrito arriba. Sus dos horas pasan como un rayo (teniendo en cuenta que casi la mitad está constituida por gente declarando ante un juez, lo que en malas manos podría convertirse en el material más aburrido del mundo) y, aunque no nos vamos a ir con un dilema moral a casa, acierta en mostrarnos una situación que se basa en datos reales y que, de pura absurda, acaba resultando más que factible.

     No sé exactamente dónde se colocan las intenciones de Jan Verheyen con esta cinta, pero el film consigue muchísimo más como entretenimiento que como alegato. Es una buena película, pero un planteamiento más meditado y neutral podrían haberla elevado muchísimo. Eso, o unas ostias de Liam Neeson.



Por Isaac Mora