Veinticuatro años después de su primera adaptación a la gran pantalla, la franquicia de las tortugas mutantes de Nueva York recibe un lavado de cara en lo visual pero un gran paso atrás en lo creativo. Esta nueva aventura no da la talla pese a tener ciertos puntos entretenidos y reseñables.
CGI a partir de captura de movimientos en lugar de trajes de gomaespuma, una armadura robot llena de gadgets en lugar de un samurai malvado y toneladas de product placement es el resultado de este salto temporal que difícilmente contentará a los fans clásicos como al nuevo público potencial de la franquicia.
La acción transcurre en Nueva York, una sociedad criminal llamada “El Clan del Pie” se dedica a sembrar el caos sin que nadie se atreva a detenerlos; la joven April O’Neil (Megan Fox, “Jennifer’s Body” 2009), reportera de televisión de segunda categoría pretende indagar sobre las acciones de la organización cuando descubre a los cuatro vigilantes. La aparición de las tortugas resultará una pieza clave para destapar el asesinato de su padre y un complot a escala mundial.
Si bien es cierto que hay un pequeño giro de tuerca en comparación con la historia original, la trama se desarrolla de forma absolutamente previsible, en ningún momento sorprende este guión estructurado de forma simple y plana. En segundo lugar, la gran mayoría de interpretaciones son cuanto menos aberrantes, provocando más de un momento incómodo para el espectador que sólo puede mostrarse escéptico ante actores dirigidos de forma tan pobre. En esta revisión, las tortugas son más cómicas, más vivaces y en definitiva, más adolescentes.
La cinta tiene influencia de su productor Michael Bay (“Transformers” 2007) en la grandilocuencia de planos absolutamente intrascendentales para la trama, que descolocan y aburren con el paso de los minutos. Sin embargo, se puede observar la huella de su director Jonathan Liebesman (“La Matanza de Texas: El Origen” 2006) en la oscura y confusa presentación de los héroes y en el buen uso del montaje que provocan más de un sobresalto ante acciones aparentemente inocuas. Eso es lo más sorprendente de la cinta. Abundan las incongruencias y los fallos de continuidad que, por otra parte, serían triviales -e incluso admisibles en una película de este género- si no fueran tan evidentes.
La banda sonora es aceptable, muy en la línea de lo que se lleva viendo en los últimos años en cartelera, efectiva y poco o nada arriesgada. No hay ni un atisbo de discurso en la película, que se alimenta constantemente de clichés y bromas fáciles para representar a los adolescentes.
En resumen, esta nueva versión de las Tortugas Ninja podría ser admisible como película de acción blanca si no tuviera un guión tan poco cuidado y si no hubiera tal cantidad de películas de superhéroes hoy en día apoyadas en historias profundas, verosímiles e interesantes. Sin duda, un mal comienzo para la renovada franquicia, quién sabe lo que nos depara la secuela de 2016.