Teniendo en cuenta algunas películas de los últimos años, desde la más comercial y errónea hasta la más independiente y aportadora, se puede afirmar que el género erótico todavía sigue en pie y que diversos autores pueden emplearlo para narrar historias, transmitir sensaciones, mostrar ideas o todo a la vez. Curiosamente, sigue siendo en Europa donde aparecen las cintas que, en lugar de querer complacer a un sexo o al otro, se centran en todo lo que rodea al acto sexual en sí. “Mis escenas de lucha”, como su propio título (original y traducido a cualquier idioma) indica, añade la violencia a la ecuación. Pero alejándose de incluirla como algo peligroso o como una innovación prohibida, se utiliza como terapia.
Los personajes principales, una mujer y un hombre (otra vez), tienen una pequeña historia entre ellos que se narra en los primeros minutos. Aun así, lo importante aquí es la situación personal de ambos, quizás un poco más la de la mujer, pues detona todo el conflicto que retrata la cinta. Para lidiar con dichas situaciones, que parecen ser un obstáculo para llegar a la ansiada meta de poder acostarse el uno con el otro sin ningún problema sobre los hombros, la pareja decide luchar constantemente. Luchan una y otra vez, cada vez con más intensidad, dañándose de veras hasta llegar al punto de acosar al espectador mediante su violencia.
Ese es el gran aliciente de Mis escenas de lucha, numerosas escenas eróticas en las cuales el lenguaje corporal dice muchísimo más que su palabrería absurda, el principal punto negativo de la película. Los diálogos, de la mano de las actuaciones y de los puntos en los cuales se sitúa la cámara, presentan a la pareja y plantean situaciones emocionales que más adelante se ven reflejadas durante las peleas. Lamentablemente, a partir de cierto punto, el personaje masculino añade un toque de pseudopsicología al tratamiento que ambos están siguiendo, lo cual parece indicar que desde un principio hubo algo de pretenciosidad en todo el conjunto, cosa que disminuye su profundidad y humildad.
En conclusión, la historia tiene como dúo protagonista a un hombre y a una mujer que tardan demasiado en abrirse el uno al otro y que, cuando llegan a hacerlo, es fácil que el espectador se quede a las puertas de acompañarles en su viaje. El efecto, intencionado o no, termina siendo violento y agotador, quedándose en una tensión sexual resuelta tan lentamente que incluso es posible que provoque indiferencia.