El concepto de revolución lleva casi un siglo presente en el cine. Desde recreaciones históricas hasta metáforas demasiado rebuscadas, la lucha contra una opresión ha sido retratada de muchas formas distintas. Fehér isten (Dios blanco, título que probablemente tenga relación con el de Perro blanco por sus similitudes en inglés) narra una revolución canina, algo que si no queda suficientemente claro con sus carteles promocionales se confirma durante su primera escena. En ella, en una ciudad vacía y en silencio irrumpen decenas y decenas de perros, yendo juntos hacia una misma dirección sin que nada ni nadie se lo pueda impedir. Tras esto se despierta el interés por parte doble, dentro y fuera de la ficción: ¿cómo se ha llegado a tal situación? Y ¿cómo se han podido filmar las imágenes con más de cincuenta perros?
Obviamente, la cinta se centra únicamente en la primera cuestión, aunque la segunda no deje de ser importante por un claro motivo. Durante aproximadamente una hora se muestran los hechos que llevan a un solo perro liderar una manada con la intención de derrocar a sus supuestos propietarios. Estos hechos van desde un pequeño mal gesto hasta violencia extrema, pasando por otras penurias y aventuras que ningún ser vivo debería vivir. Si todo ello se muestra como denuncia a un serio problema actual o como justificación del clímax de la película, queda un poco ambiguo durante parte del metraje, pero hacia su final parece evidente que todo ha sido mostrado para dar lugar a las secuencias con las que se promociona la cinta.
Tras la producción, los canes empleados en el film encontraron un hogar siendo adoptados por decenas de familias, letrero que aparece en los créditos como aparente mensaje optimista. Sin embargo, durante semanas estos perros han sido utilizados en contra de su voluntad del mismo modo que en la ficción recreada. Está claro que no se les ha hecho pasar por las mismas desgracias, pero el hecho de usarlos para un “bien común” es evidente (incluso durante la presentación en Cannes, festival que otorgó un premio especial a todos los chuchos).
Volviendo al tema principal, éste bien común de la película parece más su parte técnica y artística que la posible denuncia que pueda contener. E incluso si se extrae algún posible discurso, éste vendría a ser que el ser humano, creyéndose superior a otra especie y controlándola, termina perdiendo dicho dominio sobre ella debido a su egoísmo. Excepto la protagonista, todos los personajes secundarios son egoístas e ignoran a otras especies, por lo cual es bastante fácil que también ignoren también a otras personas. Sea como sea, la figura del perro termina siendo una herramienta más dentro de todo el conjunto.
Cuando termina el visionado la sensación que la cinta puede dejar es curiosa, extraña, a no ser que se prefiera no darle vueltas al asunto y sencillamente decir cuán malas somos las personas. Hay buenas elecciones como mostrar al can protagonista solo, durante diversas escenas, sin quitarle protagonismo; o que los perros no se comuniquen entre ellos mediante palabra hablada, evitando la humanización (algo que no es malo por defecto pero que la mayoría de ocasiones que se ha intentado ha terminado restando verosimilitud). Empero, cuando la historia llega a su fin y toda la revolución culmina en un punto en concreto, queda clara cuál ha sido la intención del director en todo momento y ésta parece decir que, sabiendo cómo, se puede tranquilizar y emplear adecuadamente a otra especie. Si el mensaje fuese realmente el que aparenta decir, el formato de “Fehér isten” podría ser documental o incluso animación, haciendo la denuncia más directa y honesta; pero, simular el acto de amansar y hacer creer que es verídico, es mentirse a uno mismo y mentir al espectador.