Una nueva encarnación de Let the right one in, el film sueco de vampiros que tanto agradó en el festival de Sitges 2008, asalta las carteleras mundiales con una distribución mucho mayor que la que tuvo el film original, y con la inicial antipatía de casi todos los que disfrutamos con la obra de Tomas Alfredson. Hacer un remake siempre es complicado, y más cuando el ejemplo sobre el que se construye apenas tiene dos años y cuenta con una total vigencia tanto formal como temática, que hace difícilmente justificable que apenas fuera estrenada en salas comerciales; y es que más allá de una -aparente- frialdad en su puesta en escena, el film sueco era perfectamente accesible para el público.
Pero a pesar de estos problemas que hacen que muchos -incluido un servidor- iniciaran la proyección con muchos prejuicios, Matt Reeves logra sortear los muchos peligros que corría Let me in y llevar al film a buen puerto: un film claramente deudor de su original, que cambia la estructura narrativa para subrayar ciertas cuestiones que podían pasar desapercibidas en el original, pero que no subvierte su esencia. Let me in trata de una forma muy directa la condición de parásito del vampiro protagonista: así pues, no sólo vampiriza a las víctimas de las que extrae la sangre que necesita para alimentarse, sino que vampiriza principalmente al adulto que le cuida y le protege durante el día, cazando por él: esa es la principal víctima. Esta cuestión, que sólo se hacía evidente al final del film sueco, en la versión americana es el auténtico hilo conductor de la narración, existiendo incluso una suerte de rivalidad entre el huésped adulto -el supuesto padre del vampiro- y el futuro huésped -el niño-.
Formalmente, Let me in es más cálida que su antecesora; sí, sigue siendo un film oscuro y de tonos apagados, pero cuenta con muchos más primeros planos; además, los colores de Let the right one in, con su nieve sucia y sus días grises, otorgaban al film una sensación de contaminación moral que aquí apenas existe; en ese sentido el remake americano es mucho más comercial: el ambiente básico es el de la noche iluminada.
Existe un tema en Let me in que resulta particularmente desconcertante: desde el inicio, en el que vemos y escuchamos un discurso de Ronald Reagan -el film se sitúa temporal y espacialmente en la América del primer mandato de Reagan-, queda clara que la intención de Reeves es añadir una lectura política que no existía en el film sueco. Ingenuo que es uno, tiende a pensar que nos encontraremos ante otro ataque al maniqueísmo geopolítico de Reagan y su visión liberal de la economía; pero a medida que avanza el film, resulta difícil negar que la cuestión se desarrolla precisamente de la manera contraria. Para Reeves, el Mal efectivamente existe, y para que triunfe, citando a George W. Bush: "All that is required for evil to prevail is for good men to do nothing"; el mal, obviamente encarnado por el vampiro sólo logra seducir -literalmente- a un niño que en primera instancia le rechaza -el hombre es bueno por naturaleza- cuando es abandonado por los adultos, esto es, el Estado: en manos de una madre apenas presente, con un padre que prefiere buscar motivos para pelearse con su ex-pareja antes que preocuparse por su hijo, y abandonado por los profesores a la merced de los matones, es entonces, y sólo entonces, cuando el niño toma el camino del vampiro, esto es, del Mal. Esto se parece mucho a los ataques de Reagan a los EEUU de los anteriores 20 años; un país donde su mayoría silenciosa -el niño- era maltratada por las minorías, abandonada por los que debían protegerle. Se puede objetar, claro está, que aquí Reagan vendría a ser el Mal, que protege sin importar los métodos al niño desorientado; el problema es que incluso así, en la lógica del film parece preferible seguir al Mal que continuar en la situación presente. Para Reeves, Reagan sería, siendo poco generosos, el mal menor.
En conclusión, aunque nos cueste defender a un producto tan ilegítimo como un remake sólo dos años después de una película que ya era prácticamente redonda, todavía nos resulta más atacar esta Let me in, un producto pensado y dirigido con mucha habilidad por Matt Reeves. Sólo nos queda preguntarnos cuando Reeves nos presentará un film que sea cien por cien suyo, pues ha salido airoso de dos proyectos complicados: Cloverfield, con el todopoderoso J.J. Abrams detrás, y la película que nos ocupa. Desde luego queda claro que talento, tiene.