Publicitada como la nueva joya del terror, nos llega “La horca”, el enésimo found footage de la factoría Blumhouse dirigido esta vez por Travis Cluff y Chris Lofing. Como casi todas las que han venido antes, esta no es más que otra película de bajo presupuesto, cimentada en el hype, que parece más una obra de aficionados que una aspirante a reventar las saturadas taquillas veraniegas. Y viendo la tibia respuesta que está recibiendo, puede que sea un clavo más en el ataúd del terror de videocámara y susto ruidoso.
Todo arranca con la grabación de una obra de teatro de instituto, en la que un accidente con el atrezzo acaba con la vida de uno de los actores. Veinte años después, una alumna del instituto se propone volver a representar la obra, vetada desde entonces. Ryan, armado todo el rato con su cámara, sin que sepas muy bien por qué, hará todo lo posible para evitar que su amigo Reese manche su reputación de deportista guay actuando en una obra de teatro. En su intento por boicotear la obra, Reese, Ryan, su chica y otra alumna se quedarán encerrados por la noche en el escenario del instituto; en entonces cuando algo empieza a ir a por ellos...
Y esto es todo lo que ofrece “La horca”, dejando el terror o el misterio totalmente de lado durante gran parte del metraje y adornando la innecesariamente larga introducción con la constante verborrea de Ryan - posiblemente el protagonista más irritante que he podido ver en una película en mucho tiempo-. Sin que haya mucha excusa, narrativamente hablando, los directores mantienen el formato del found footage (que podrían haber dejado simplemente para el prólogo, el único momento aceptable) y toda la imagen nos llega del pulso de Ryan, el cual añade la voz en off de la estupidez mientras nos pasea por los manidos (y, ¿de verdad los institutos de Estados Unidos son aún así?) tópicos adolescentes de deportistas, animadoras y frikis así como esos conflictos tan interesantes que se pueden dar entre las distintas clases. Para cuando los cuatro protagonistas están encerrados en el instituto y empieza la acción fantasmal, todo nos parece poco como compensación. Es aquí donde, personalmente, creo que está uno de los grandes fallos del film y de gran parte del terror actual: No hay empatía con absolutamente nadie. El cine de terror suele funcionar porque: o bien empatizas con los buenos y lo pasas mal con la esperanza de que lleguen vivos al final de la cinta; o empatizas con el malo y lo pasas bien viendo como destroza a la panda de peleles de turno. Aquí los “buenos”, en el mejor de los casos, son anodinos (en el peor, es Ryan) y el malo, se queda a medias de todo; le falta la estética, la presencia, y ese “carisma” que sólo aparece en los buenos slashers. Para colmo, su presencia física en pantalla no debe ser de mucho más de un minuto y todo lo que se podría decir sobre él queda relegado al poco sorprendente giro final, porque sí, también es de esas pelis con GIRO.
Al final, como tantas otras que prometieron matarnos de miedo en el asiento, “La horca” resulta ser otra cinta con muy poco qué contar, una sucesión de sustos de ruido y brinco de cámara (la verdad es que ni siquiera hay muchos de esos) que nos hace sospechar de nuevo que el terror moderno se ha convertido en comida rápida, cine de elaboración atropellada y barata para ser olvidado al instante. Un género que ya tiene la soga en el cuello.