La directora danesa y participante del movimiento Dogma 95, Susanne Bier, vuelve a nuestras pantallas tras el Oscar de “En un mundo mejor” con “Una segunda oportunidad”, una cinta a medio camino entre el thriller y el drama escrita por Anders Thomas Jensen, guionista a cargo de la esperadísima adaptación de “La torre oscura”.
Con Nikolaj Coster-Waldau como cara visible y principal reclamo (aún más que el Oscar de su directora, dada la enorme popularidad del actor) Bier nos presenta una historia cruda y por momentos truculenta, pero sin perder el tono frío, pausado y casi contemplativo del cine del norte de Europa, pero que también cae en la manipulación descarada del espectador y en el tópico de los giros de guión “sorprendentes” que podríamos esperar de las peores películas de las grandes factorías.
La historia, por lo rocambolesca que se va volviendo conforme avanza, parece la de una versión ultradramatizada de una comedia negra de los primeros Coen. Coster-Waldau (“Oblivion”, 2013) interpreta a Andreas, un policía que al atender una llamada descubre a una pareja de yonkis que viven con un recién nacido prácticamente desnutrido y en la más absoluta insalubridad (Bier aquí no repara en mugre para revolvernos el estómago) a los que, pese a todo, no consiguen quitarle la custodia del niño. Tras sufrir la tragedia en su propio hogar con la muerte de su hijo, ni corto ni perezoso, decide pegar el cambiazo a los drogadictos y colarles el cadáver para quedarse con el pequeño y darle esa segunda oportunidad a la que se refiere el título.
Si no fuera porque habla de temas tan desagradables, sería muy complicado resumir esta película sin reírse. Coster-Waldau hace lo que puede por permanecer creíble (al fin y al cabo, se ha curtido en una serie televisiva que es todo despropósito) y lo secunda un competente Ulrich Thomsen (“Mortdecai”, 2015) con el que ponen en práctica un intercambio de papel de “bala perdida” y “amigo responsable” que los convierte en la única pareja que realmente funciona en el film; pues, ni los esfuerzos de Maria Bonnevie (“Lo que nadie sabe”, 2008), como esposa de comportamiento inexplicable de Andreas, ni los de Nikolak Lie Kaas (“La verdad oculta”, 2010) como Tristán, el malencarado antagonista, son suficientes para que podamos tomarnos la película con la seriedad que su directora intenta transmitirnos.
El problema es que todo es muy serio, muy grave y muy Europeo; sin embargo, ni el guión ni sus ejecutores llegan a conseguir que nos pongamos a pensar en el conflicto moral que se supone que Andreas está viviendo. En lugar de eso, tenemos a algunos personajes que se comportan como auténticos psicóticos, a un “villano” que parece salido de una película de punkis de Charles Bronson , un guión lleno de trampas que patea la verosimilitud de la historia y una dirección que peca de querer ser cruda y realista dejando de lado acción y emoción que podrían hacer que la cinta ganara algo de puntos como entretenimiento.
Atascada torpemente entre un thriller poco emocionante y un retorcido dramón televisivo, “Una segunda oportunidad” nos aleja de esa Susanne Bier que se hizo con un Oscar hace sólo una película y más aún de esa directora que empezó dirigiendo bajo las estrictas normas del Dogma 95; quizás necesite de guiones menos disparatados para poder desarrollar su potencial. De momento, esta incursión en el thriller puede considerarse una oportunidad perdida.