La venganza del bocazas
Deadpool (2016, Tim Miller)

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Original

Ryan Reynolds (“Ted”, 2012) al fin se ha salido con la suya. Siete años después de la horrible primera incursión de “Deadpool” en el cine en la también horrible “X-Men orígenes: Lobezno” y a punto de convertirse en persona non grata para el fandom comiquero por su participación en “Blade Trinity” y “Green Lantern”, el canadiense ha conseguido enfundarse el traje rojo por el que tanto ha dado la lata. Ha necesitado años rogando a la Fox en público y en privado que le dieran luz verde, años de mencionar cada vez que tenía un micro delante que algún día volvería a ser el mercenario bocazas y que ese día lo haría bien; y ha necesitado realizar un corto de prueba casi en la clandestinidad que después se filtraría sospechosamente en internet - “estoy seguro al 60% de que no he sido yo”, declaró recientemente – y pondría a babear a miles de fans que elevaron el hype lo suficiente como para que la productora decidiera interesarse por el proyecto.

 


Y aquí tenemos a Ryan Reynolds, contento como un niño con zapatos nuevos, interpretando otra vez a su personaje favorito en una película que, a diferencia de las demás producciones Fox/Marvel, se mantiene fiel al material original; material que sobre el papel daría la impresión de ser mucho más complicado de llevar a la pantalla grande que, por ejemplo, “Los 4 fantásticos”. Ejem.


¿Y de qué va esto? Para los no iniciados: Wade Wilson, Deadpool – Masacre si lo leías hace unos años - es un mercenario mutante y canadiense con poderes de curación (Sí, como Lobezno) que se somete a un proceso experimental para vencer el cáncer que sufre, lo que causa la eclosión de sus habilidades sobrehumanas y lo desfigura en el proceso. Ciñéndonos al argumento de la película, estos experimentos no están relacionados con Arma-X (sí, los de Lobezno) sino que forman parte de un proyecto del villano Ajax (Ed Skrein, “Piggy”, 2012) para crear super soldados mutantes que vender al mejor postor.
 

 

 

Hasta aquí suena bastante manido, pero hay que tener en cuenta una diferencia fundamental: Wade Wilson es un completo tarado. Incluso cuando todos los superhéroes Marvel han ido adquiriendo un tono cómico en las producciones de Marvel Studios, Deadpool ha ido varios pasos por delante desarrollando un estilo propio en el que la verborrea incesante – no lo llaman mercenario bocazas por nada – los monólogos idiotas, las referencias a la cultura popular, la ambigüedad sexual y las roturas de la cuarta pared han inflado la popularidad del personaje hasta convertirlo en uno de los favoritos entre los nuevos lectores, creando la bola de nieve que ha culminado con Reynolds al mando de la película del que, dice, considera su propio “alter ego”.

 

 

 

Y más que la épica o la espectacularidad que nos venden otras producciones de Marvel o DC, lo que  “Deadpool” nos ofrece es comedia, humor chorra en una gamberrada constante que desde los títulos de crédito deja claro que aquí no se toman nada en serio. Ni a ellos mismos. “Deadpool” es casi una parodia, una macarrada y habría que salir del universo Marvel para encontrar su referente más cercano: Kick- Ass, aún cuando en ese caso tuvieron que rebajar gran parte del contenido del cómic. En “Deadpool”, el cuarteto formado por el propio Reynolds, el director Tim Miller y los guionistas Rhett Reese y Paul Wernick han decidido llevarlo un poco más lejos para conseguir la calificación R (prohibida a menores de 18 en E.E.U.U.) que en cualquier otra adaptación habrían tenido que evitar a toda costa. Aquí esa R se luce con orgullo recreándose en todo tipo de bromas e insinuaciones sexuales - alguna dispuesta a mosquear hasta a los fans más cerrados de mente, quédense con el día de la mujer – y unos niveles de violencia superiores a los vistos en las adaptaciones de sus hermanos mayores pero no muy alejados de los de la citada cinta de Matthew Vaughn. De todas formas, más que en el uso del resobado “sexo y violencia”, donde más acierta Miller es a la hora de despachar una colección de chistes y puyas para nerds que no duda en cachondearse de los propios intérpretes y sus papeles anteriores, el poco presupuesto con el que han contado, los trucos de guión de la película y el papel que tendría que adoptar Deadpool en el universo X-Men; aquí representado por la presencia de Coloso (personaje en CGI doblado por Stefan Kapicic) y Negasonic Teenage Warhead (Brianna Hildebrand) y un montón de menciones a otros personajes que posiblemente, no han podido pagar.

 


A Reynolds y Skrein los acompañan Morena Baccarin (“Spy”, 2015) en el papel de Vanessa, interés amoroso y motor de la trama,  T. J. Miller (“Search party”, 2014) como Weasel, la exluchadora Gina Carano como Angel Dust y Leslie Uggams (“Toe to toe”, 2009) como la ciega Al, compañera de piso del héroe. Prácticamente todo el reparto, excepto los villanos principales, hace de contrapunto cómico por lo que no hay muchos matices interpretativos que buscar aquí. Quizás durante el flashback de los experimentos, el único segmento de la película donde se respira algo de dramatismo, se podría decir que héroe y villanos juegan en un tono menos chistoso, pero desde luego no se acercan a un Stewart/McKellen o un Bale/Ledger ni por asomo... ni falta que hace.

 
“Deadpool” no pretende en ningún momento ser una gran película. Pero es una gran gamberrada digna de su protagonista. Las secuencias de acción son violentas, divertidas y disparatadas (¿esa persecución/pelea en el puente que te han reventado todos los trailers? Tranquilo, sólo es el prólogo) pero lucen pobres y ramplonas si las comparamos con las orgías nerd de “Los Vengadores”; 198 millones de presupuesto menos que “La era de Ultrón” tenían que notarse por alguna parte. Sin embargo, la apuesta va en otra dirección: “Deadpool” es la primera película de superhéroes concebida por y para fans sin tener casi en consideración al público que se acerque a Wade Wilson por primera vez. Desde la exhaustiva campaña de publicidad comercial y viral en la que Ryan Reynolds se ha dejado el pellejo, haciendo el idiota en cualquier sitio en el que le encendieran una cámara, todo ha sido un inmenso fan-service como ningún otro estudio se ha atrevido a realizar nunca. Para sorpresa de los Kevin Feige o Avi Arad de turno, los resultados han sido espectaculares: sólo las previsiones de taquilla para el estreno fueron suficientes para que Fox pusiera en marcha la secuela. Dichas previsiones fueron fulminadas al irrumpir en cartelera, recaudando más del doble de su presupuesto el fin de semana de apertura y convirtiéndose en la película para adultos con el estreno más taquillero de la historia, por lo que los planes de Ryan Reynolds de introducir a Deadpool en el universo cinematográfico de Marvel/Fox y empujarlo hacia la creación de X-Force marchan sobre ruedas. El resto de estudios probablemente estarán tomando nota y es de esperar una nueva hornada de superhéroes sin miedo a las calificaciones por edad (¿será este el momento en el que DC se atreva con Lobo?) y con mucha menos tendencia al drama.

 

 

De momento, Ryan Reynolds recuerda la paliza que se llevó hace 7 años cuando se puso en los zapatos de un Wade Wilson con la boca cosida y saborea su dulce venganza. Y nosotros la disfrutamos.



Por Isaac Mora