Una ficción basada en hechos reales. Así se autopresenta la última película de Alberto Rodríguez, "El hombre de las mil caras", adaptación del libro del mismo nombre de Manuel Cerdán. Con poco que se conozcan los hechos narrados por Rodríguez, uno no puede evitar preguntarse dónde acaba la realidad y empieza la ficción, pues el caso de Roldán y Paesa es uno de los más rocambolescos que se han dado nunca en este país en el que los actos de corrupción y los crímenes de guante blanco rozan lo inverosímil día sí, día también.
"El hombre de las mil caras" nos cuenta la historia del ex-espía Francisco Paesa (inmenso Eduard Fernández), concretamente su participación en la fuga de Luis Roldán y en toda la pantomima que vino después. Una historia que pedía a gritos llegar al cine y que Alberto Rodríguez convierte en un thriller con tintes políticos y una agilidad y frialdad que choca con el desasosiego localista que impregnaba “La isla mínima”, su anterior y más celebrada obra. El director sevillano – y coguionista junto a Rafael Cobos - pone el ritmo, pero coloca en el timón a Fernández, que como el auténtico Paesa se lleva de calle a cualquiera que se le acerque; ni el actor ni su personaje pierden jamás el dominio de la situación ni la estudiada imagen del tipo que quiere que creas que va diez pasos por delante. Le acompañan Carlos Santos como Luis Roldán y José Coronado como Jesús Camoes; el primero, pese a su mejorable caracterización, dota a Roldán de una inusitada humanidad y una cercanía – por el camino fácil, sea dicho: mostrándose como un patán incapaz de manejar la bomba que tiene entre manos – mientras que el segundo se presenta como un “amigo” de Paesa, a medio camino entre cómplice y admirador a la vez que ejerce de narrador de la historia.
Rodríguez se acerca al complicado contexto en el que ocurrió todo, aunque no profundiza demasiado, para evitar adentrarse en un laberinto de guerras políticas, espías internacionales de verdad y de mentira, trapicheos bancarios y diplomáticos e investigaciones periodísticas paralelas. Nos deja verlo, pero sigue avanzando a toda velocidad, con un montaje mucho más rápido del que esperaríamos en una película de espías de este corte (tomando la excelente “El topo” como referencia, por ejemplo) y empujada por la trepidante banda sonora de Julio de la Rosa, que acrecenta la sensación de urgencia en contraste con la imagen que transmite el protagonista de la película, sosegado e impasible. La fotografía de Álex Catalán, sin embargo, sí se ajusta a los standares del género; pulcra, fría y distante como el personaje de Fernández, y todo lo contrario al cercano realismo de sus otras colaboraciones con el director. La narración, aunque interesante y ágil, adolece de la falta de un gran final que funcione como un cierre más cinematográfico a las andanzas de lo que no deja de ser una panda de rateros grises y miserables.
"El hombre de las mil caras" puede no ser el gran thriller español que mire a los ojos a las obras maestras del cine extranjero. Pero es una gran película que nos sitúa un poco más cerca de tener nuestra propia joya. Y otro gran paso en la carrera de Alberto Rodríguez, que ya debería ser reconocido como maestro del thriller y el noir patrio. Y además, un buen aviso para autores y cineastas de todo el país: Si algo tenemos en España de sobra, son granujas. Que este hombre de mil caras no se quede sólo.