A estas alturas parece innecesario volver a repetir las alabanzas hacia el cine que nos viene de Corea del Sur, especialmente si hablamos de thrillers. Duros, retorcidos, excesivos, y en la mayor parte de los casos, rodados por sus directores con la convicción de quien está creando una obra maestra. De todos los nombres salidos del país asiático, uno brilla con especial intensidad: Park Chan-Wook, quien con su “Oldboy” traspasó todas las fronteras y nos abrió a los occidentales una ventana a un mundo nuevo.
Chan-Wook regresa ahora con “La Doncella”, adaptación de la novela “The Fingersmith” de Sarah Waters que ya vio la luz en la pequeña pantalla como Tv Movie. En un movimiento que recuerda al realizado por David Fincher con “Perdida”, el director mete las manos en un material que, de no llevarse de forma adecuada, puede acabar siendo un desastre… y lo convierte en oro. El relato de Waters es rebuscado, tramposo y efectista, y se apoya mayormente en la búsqueda constante de giros inesperados, la narración fragmentada y la inclusión en la trama de prácticas sexuales turbias -y no, no me refiero a las escenas lésbicas- que tan de moda se pusieron años más tarde. El tipo de material que en Occidente sólo podría salir bien en manos del mencionado Fincher o Paul Verhoeven, ha acabado para nuestro regocijo en un país cuyos cineastas se mueven entre estos parámetros como “Pedro por su casa”.
Así pues, contar de qué trata “La Doncella” se hace difícil sin caer en los spoilers y quitándole la maestría con la que es ejecutada por cada uno de los miembros del equipo y reparto. La película nos traslada a la colonización japonesa de Corea en los años 30 y nos cuenta la historia de Sookee, una joven ladrona que empieza a trabajar como doncella de Hideko, una rica japonesa que vive recluida por su tío, como parte de un rocambolesco plan: ejercer de celestina entre Hideko y un estafador que se hace pasar por un conde japonés con el objetivo de quedarse con toda su fortuna y deshacerse de ella en el manicomio más cercano. Dividida en tres actos (siendo los dos primeros el mismo tramo desde la perspectiva de Sookee y de Hideko y el tercero el desenlace), la cinta no oculta ni por un segundo su intención de sorprender y provocar a cada giro y vuelta de tuerca. Y aquí es dónde Park Chan-Wook triunfa como nadie podría haber hecho. Su manejo de la cámara, de los espacios -con la presencia de esa casa que transmite tanto o más que los propios protagonistas-, los tiempos y los intérpretes es sencillamente sublime. El que fuera director de aquella lejana “trilogía de la venganza” está inmenso en un trabajo que comparte puntos en común con su anterior película (la irregular “Stoker”) pero brilla allá donde la otra flaqueaba. Más sucia, más provocadora, más arriesgada y con cada uno de los implicados tocados por la mano de un creador que construye una película que no es sólo el summum de su filmografía sino también del cine surcoreano.
A nivel artístico, es una maravilla. El dúo protagonista formado por Kim Tae-Ri y Kim Min-Hee pueden resultar cándidas y perturbadoras al mismo tiempo dibujando a unos personajes que deben ir desprediéndose de capas y capas de secretos y mentiras conforme avanza la cinta. La fotografía de Chung Chung-Hoon abandona el tono habitual de sus otras colaboraciones con Chan-Wook, dejando atrás el colorismo exagerado de “Stoker”, y la banda sonora del otro colaborador habitual, Jo Yeong-Wook, toca techo con el tema principal que potencia aún más, si cabe, las poderosísimas imágenes. Del trabajo de Park Chan-Wook tras la cámara poco más se puede decir ya. Cada plano es una postal y las habitaciones de la enorme casa donde transcurre la mayor parte de la cinta se convierten en un mundo propio en el que el director se recrea jugando con las formas y las simetrías como si del mismísimo Kubrick se tratase. Que sea capaz de cortar la respiración al público de la sala con escenas como la de la lectura de Hideko demuestra que lo de Stoker sólo fue un traspiés y Chan-Wook está más en forma que nunca.
No será una película a gusto de todos, obviamente. Más allá de los habituales conflictos de los espectadores occidentales con la particular forma de ver y crear el cine, “La Doncella” está plagada de momentos que van a dar que hablar por los motivos equivocados. Que parte de la crítica quiera definirla como un “thriller erótico” deja claro que muchos están poniendo la atención donde no toca. Podría en cualquier caso recriminársele a Park Chan-Wook que la cinta se vuelva algo reiterativa entre los dos primeros actos y, más que nada, que se ablande demasiado en el tercero, incluso con alguna que otra pistola de Chèjov que se queda sin disparar. En cualquier caso, puntos negros menores que no empañan la experiencia de disfrutar de la mejor película de 2016.
Park Chan-Wook ha dejado Hollywood y ha vuelto por todo lo alto. No me atrevería a decir que “La doncella” sea su mejor película, pero desde luego es su película, y la película coreana definitiva. En el país oriental se hace cine con mayúsculas al margen de la industria americana y “La doncella” cumple todos los requisitos para convertirse en su bandera a partir de ahora. Este es el cine coreano en estado puro. Tendremos que seguir con las alabanzas.