La imparable Disney parece que no tiene suficiente con apoderarse de todas las sagas que puede, sino que además ha visto necesario reactivar una de las historias que más éxitos le hizo cosechar en los noventa. Hablamos del remake en carne y hueso del film de animación “La Bella y la Bestia” que llega a la gran pantalla de la mano del realizador Bill Condon (Saga Crepúsculo partes 1 y 2 , ahí es nada).
Yendo al grano, el film no plantea sorpresas ni nuevas vías a parte de darle un poco de contexto al pasado de los protagonistas -que bien podría obviarse ya que poco aporta a la historia principal-. No estamos ante ninguna innovación técnica o atrevimientos en planteamiento o puesta en escena. Estamos ante un remake puro y duro y la cuestión inevitable a plantearse es: ¿es mejor o peor que la versión del 1991? La respuesta se obtiene a los pocos minutos de metraje y es contundente, es un rotundo no. De hecho, la torpe y aparentemente iniciática mano en el género musical de su director es lo que más lastra y saca del film. Incapaz o no deseando emular al detalle a su antecesora, la elección de planos es un completo despropósito pues pudiendo seguir los pasos de Gary Trousdale y Kirk Wise, Condon se decide -suponemos que debido a una inyección de ego, comprensible de todas formas- por un uso aleatorio de movimientos de cámara que en otros films del mismo estilo funcionan si se saben colocar en su sitio y ejecutar correctamente. Tan sólo en las escenas protagonizadas por Gastón parece haber una intención por llegar a un buen término; no en vano, la pareja formada por Luke Evans y Josh Gad, en el papel del robusto cazador y su compañero LeFou respectivamente, es, irónicamente, la más carismática de la cinta. Lo único que lo hace “soportable” es la actuación, así como las interpretaciones de las canciones, que, aunque no brillen particularmente, por lo menos son correctas. No es para menos con el elenco que se ha reunido (Emma Watson, Ian McKellen, Emma Thompson, Ewan McGregor, Kevin Kline, Audra McDonald o Stanley Tucci entre otros).
Por si no fuera poco con lo anterior, hay dos puntos que gravan de forma determinante la película y que son inaceptables. Por un lado -y más importante- la falta de química entre la Bella y la Bestia, y por otro lado los inadecuados guiños gays. El feeling entre los protagonistas es sin duda el pilar de cualquier historia romántica y su ausencia no es sino un indicador de cuán fácil será relegada al olvido, no es excusa que uno de los personajes sea “digital” pues aunque sí puede ser el parte del motivo, no lo justifica (y precisamente Disney no es nueva en esto). En este aspecto, la dirección artística tiene mucho que ver y para no incurrir en spoilers (pues damos por hecho que en el mundo debe haber alguien que verá por primera vez esta historia en cines), simplemente decir que la impresión que nos da Bella relacionándose con su captor no es consistente con lo de “la belleza está en el interior” (seamos realistas, Disney tampoco parece creer mucho en ello...). Siguiendo este hilo estarían los inapropiados chistes gays que aparecen puntualmente en el film y es que, lejos de proponer la relación homosexual como una clara extrapolación de que las personas pueden enamorarse sin importar su condición, se usa como un toque cómico. Esto resulta de mal gusto, no tan sólo por ser contrario al mensaje de la historia sino porque estando en el 2017 uno pensaría que estas cosas ya deberían haberse superado…
Poco se podía esperar de un producto como este; de todas formas, uno intenta huir de los prejuicios por mucho que se cumplan en un elevado y alarmante tanto por ciento y reza por encontrar “un diamante en bruto”. Este no es para nada el caso que nos ocupa y es que aunque cumplirá con su cometido como producto industrial “Beauty and the Beast” no es más que un proyecto artístico fallido. Así pues, desde un humilde punto de vista, mi consejo es: si no puedes superar lo anterior, no te molestes.