Otra mancha (de moco negro) en el curriculum
Alien: Covenant (2017, Ridley Scott)

Starsmall Starsmall Starsmall

Original

“Alien Covenant” ha llegado. El ansiado regreso triunfal del xenoformo que Ridley Scott lanzara a la fama en 1979 se ha venido anunciando, en una especie de lavado de cara publicitario, como la vuelta a las raíces que todos estábamos esperando en lugar de la película con algunas referencias que fue “Prometheus”. Trailers, posters, y hasta el propio título, han alimentado esa premisa hasta poner el hype por las nubes para miles de fans del bicho espacial más famoso del cine.

 


 

 

 

 

Pero no. Para empezar, “Covenant” no es “Alien 5”, es “Prometheus 2”. Ambientada 10 años después de ésta, bebé de “Prometheus” en forma y fondo, no sólo continúa expandiendo su mitología sino que además lo hace con la misma torpeza. Aunque por lo menos no intenta engañar: la cinta abre con un pretencioso flashback entre David (Michael Fassbender) y Weiland (Guy Pearce) en el que, como si fuera un descarte de Blade Runner, debaten sobre la potestad del hombre para crear una forma de vida claramente superior y obligarla a servir. Para más inri, los colonos espaciales quedan relegados a un segundo plano y tanto la criatura como la nave que dan el título a la cinta no son más que excusas para que Scott nos pueda contar la historia que realmente le interesa: la del androide David una vez ha conseguido -reparación completa mediante, como pudimos ver en el corto publicado hace unas semanas- llegar al planeta de los ingenieros. Y para ello no duda en contradecir todo lo que la saga, especialmente la magistral aportación de James Cameron, había establecido sobre los xenomorfos o en despreciar parte de lo que hizo en la primera entrega (tanto el destino de la Dra. Shaw como el de los propios ingenieros se resuelve de forma lamentable) con una sucesión de las peores de decisiones creativas que he podido ver en mucho tiempo.

 


 

 

 

 

Como no todo iba a ser malo, hay que admitir que “Covenant”, a nivel visual, sigue siendo un caramelo. Scott no ha perdido el ojo. El Fiorland National Park neozelandés luce espectacular bajo la fotografía de Dariusz Wolski y el score de Jed Kurzel, y tanto la nave como la ciudad de los ingenieros permiten al director lucirse tras la cámara en el único aspecto realmente destacable de la película.
 

 

 

 

Y es que poco se puede decir, por ejemplo, del reparto. Aparte de Fassbender, a quien le regalan un doble papel con los únicos personajes por los que el guión demuestra interés, el resto de actores tiene que trabajar con lo que le dan, que no es mucho. Danny McBride (“La fiesta de las salchichas”, 2016), Katherine Watterson (“Puro Vicio”, 2014) y Billy Cudrup (“Watchmen”, 2009) hacen lo que pueden en la piel de unos personajes que, al igual que en la anterior entrega, no son capaces de actuar con la más mínima lógica, mientras que el resto del plantel queda reducido a carnaza para los ratos en los que “Alien Covenant” quiere comportarse como una película de terror (la participación de James Franco mejor ni la comento). Sin un socorrido Damon Lindelof a quien culpar del desastroso guión, las miradas caen sobre John Logan y Dante Harper, que, probablemente, han tenido que adaptarse a los deseos de un director empeñado en contarnos una historia sobre un mad doctor mesiánico que a ratos tiene más de “The Human Centipede” que de “Alien”. Todo esto con el agravante de querer colarnos una última media hora en la que el film se convierte en una especie de remake del clásico, visitando de forma forzadísima todos los lugares comunes (el huevo, el facehugger, la nave o el Alien propiamente dicho) que casualmente acabaron formando el grueso de la campaña publicitaria. Nos encontramos ante otro caso de dos películas en una. Y como en los casos anteriores, esto nunca sale bien.

 


 

 

 

 

Es difícil tener que hablar de lo que ha resultado ser “Alien Covenant”, no sólo porque, por sí misma, no deja de ser una cinta de terror de serie B ultraglorificada, sino por el absurdo de vincularla tan innecesariamente a Alien y por el burdo engaño bajo el que se ha promocionado. Ridley Scott tendría (y no descarto que esta fuera su intención inicialmente) que haber iniciado una nueva saga con la que trabajar los cimientos y probablemente habría tenido más margen para contar la historia que realmente desea contarnos. Una historia que bien llevada podría dar un resultado muy interesante y, en el peor de los casos, no habría seguido añadiendo manchas al ya maltratado historial de una de las sagas más conocidas y queridas de la historia del cine. Con al menos otras tres entregas en mente, habrá que ver si Scott consigue que estas manchas desaparezcan.



Por Isaac Mora