De nuevo, y por “enésima vez” en la última década, llega a las salas de cine nuestro querido “amigo y vecino Spider-man”. Jon Watts (“Clown”, 2016) es el encargado de coger -otra vez- las riendas de las aventuras del héroe arácnido recién aterrizado en los Marvel Studios después de la cesión de derechos en 2015 desde Sony Pictures, en un intento, según la productora, de reanimar la saga tras la decepcionante taquilla de “Amazing Spiderman”.
En esta ocasión, Marvel decide presentar ante la audiencia a un Peter Parker (Spidy), interpretado por Tom Holland (“Lo imposible”, 2012) en su adolescencia, mostrándonos su crecimiento y aprendizaje como héroe de la mano de un paternal y siempre extravagante Tony Stark (Iron Man), interpretado, cómo no, por el ya no tan polifacético Robert Downey Jr. (“Solo tú”, 1994). Todo esto con un aire más actual pudiendo encontrar, por ejemplo, un Peter Parker que graba sus andanzas con una Go-pro y las cuelga en Youtube o Facebook, un postmodernismo que colisiona con la esencia misma del cómic, pues todos sabemos, los inicios de este superhéroe van por un camino más humilde y sencillo.
Han pasado 40 años desde la primera adaptación y 15 desde la primera saga, en este tiempo se han utilizado diferentes estilos para dar vida al personaje arácnido. Diferentes enfoques para llevar a la gran pantalla este cómic que empezaron con una humilde TV movie en 1977, es Sam Raimi (“Darkman”, 1990) quien, 25 años después, decide dar vida de nuevo al hombre araña creando la primera saga y única trilogía hasta la fecha, con un toque clásico y centrado más en el drama y romance de la vida de Parker, interpretado por Tobey Maguire (“El caso Fisher”, 2015), que en la propia acción que va ligada a los cómics de Superhéroes Marvel.
Cinco años después de que la trilogía de Sam Raimi finalizara con una tercera parte desastrosamente fallida, Sony compró los derechos de la saga para volverla a llevar al cine con Marc Webb (“500 días juntos”, 2009) al frente del proyecto, esta vez titulado de nuevo “The Amazing Spider-man”. Más ambicioso y más encarado hacia la acción y ciencia ficción, este acercamiento nos enseñaba, con una mejor tecnología visual, las batallas del vecino más saltarín de Nueva York, dejándonos con la miel en la boca tras una increíble segunda parte. Sin embargo, y tras 3 años de espera para una tercera parte, la productora Marvel (en asociación con Sony) decidió rerecomenzar y unificarlo con sus huevos de oro heróicos aka “Avengers” en busca de una taquilla más y más suculenta, no en vano, su público parece estar dispuesto a consumir y ellos no perderán ocasión para sacar tajada.
Y es que en esta última película de “Spider-man” han utilizado el estilo cómico, desenfadado y rocambolesco que podemos ver en las entregas del universo “Avengers”, pero aplicando un estilo más propio de las películas en las que interviene Iron-Man, dejando a un lado el humor gamberro y mordaz típico del protagonista, el cual queda totalmente fuera de lugar en pro de un Stark que se lo lleva a su terreno alejándolo de su propio universo. Por esto, esta es sin lugar a dudas la peor de las adaptaciones, sin ya tener necesidad de analizar su guión, que se ríe de la historia (lo de la rejuvenecida y carente de carisma Tía May tiene miga), ni mencionar en detalle cuestiones que desafían la lógica como la aparición de un traje más propio del multimillonario enlatado que de un humilde ciudadano de Brooklin o atrapar al villano dejándolo enredado cuando en la anterior escena se había quedado sin telarañas, ¿subvenciones para superhéroes? ¿pliegues temporales? No sé yo… Alguien ya le dará alguna justificación.
En definitiva, una decepcionante decisión de Marvel que ha preferido ofrecer una auténtica basura comercial, dada su taquilla asegurada, antes que mantener la fidelidad a un cómic, para más inri, propio. Braindamage.