Es de mucho agradecer encontrarse con un film divertido, emocionante y rebosante de magia como este, sobretodo después del fiasco de la película de la Disney “El aprendiz de brujo” (Jon Turteltaub, 2010), de similar temática. Woochi reúne todos los ingredientes necesarios para llevar a buen puerto un film de aventuras versionando un gran clásico de la comedia francesa como es Los visitantes (Jean-Marie Poiré, 1993).
Durante el Medievo coreano un irresponsable aprendiz de brujo, cuyo objetivo vital reside en la búsqueda de fama y gloria, se convierte en la única persona capaz de vencer a las fuerzas del mal. Sin embargo, no es hasta 500 años más tarde cuando puede llevar a cabo su misión junto a su fiel escudero y ayudado en cierta manera por tres simpáticos y ancianos semidioses.
Siguiendo dignamente los pasos del film galo, mientras que el protagonista es un elegante mago con maneras propias de la nobleza, su sirviente -alter ego de Christian Clavier- se comporta burdamente, poniendo de manifiesto continuamente las enormes diferencias temporales y, de ese modo, convirtiéndose en fuente de diversión para el espectador. Sin dejar de lado el romance de la historia original, de igual modo, el héroe insiste en salvaguardar a una dama que en el futuro encuentra reencarnada.
La acción es trepidante en la película. Las luchas entre magos y monstruos son consecuentes con lo que imaginamos que deben ser éstas con engaños, cambiazos, conjuros, ilusiones mentales o espejismos y, en gran medida, inspiradas en mangas. Los excepcionales efectos especiales se encargan de aportar veracidad a las peleas, lo cual no hace más que aumentar la calidad de las mismas.
En definitiva, Woochi sacia en todos los sentidos y sabiamente utiliza una historia muy original añadiendo los toques necesarios para actualizarla y potenciando tanto la acción mágica como la comedia, salvando las distancias, claro.