Quién iba a decirle a Tommy Wiseau el 27 de junio de 2003, que la película que acababa de estrenar, “The room”, cuyo presupuesto rondó los seis millones de dólares y su primera recaudación no alcanzó los dos mil, se iba a convertir en uno de los fenómenos cinematográficos y en una de las obras de culto más importantes de la historia del cine. Esa era la principal intención de Wiseau con su película, deslumbrar al mundo con su talento y hacerse un hueco en Hollywood. Y talento no le faltó al realizar su película ya que, aún estando lejos de sus intenciones, acabó creando una obra única e irrepetible.
“The room” nos invita a reflexionar sobre aquello con lo que nos gusta tanto llenarnos la boca tanto a críticos como a espectadores: la calidad de una película ¿Dónde están las reglas, los fundamentos esenciales a partir de los cuales decidimos si una película es buena o es mala? ¿Qué es lo que hace que una película sea una obra maestra o un bodrio? Son preguntas realmente difíciles de responder y que probablemente nos derivarían a la conclusión de que todo depende de la opinión objetiva de cada uno y de la unanimidad de todas estas opiniones. Pero ¿qué sucede en el momento en el que todas aquellas bases instauradas unánimemente por las cuales una película es “buena” desaparecen, encontrándonos ante una obra única, desconcertante y que, aunque no entendamos muy bien cómo, nos entretiene y divierte? Esta cuestión probablemente fue la base que impulsó a James Franco (“The institute”, 2017) a adentrarse en la creación de “The disaster artist”, film que explora la incursión de Wiseau en Hollywood y la creación de su obra magna.
La implicación de Franco en la obra es tan grande como la que pudo tener Wiseau con “The room”. Esta es posiblemente una de las razones por las cuales la película funciona tan bien. James no se queda en ser director, productor y actor sino que incluye a su hermano Dave Franco para interpretar al amigo inseparable y coprotagonista del film, Greg Sestero. Y no es casualidad que Franco haya elegido a su hermano para este papel, ya que la complicidad entre Wiseau y Sestero en la vida real supera la amistad y llega a la fraternidad en la pantalla.
“The disaster artist” comienza precisamente en el momento en que Wiseau y Sestero se conocen en una pequeña escuela de teatro. Sestero, maravillado por la poca vergüenza y desparpajo de Wiseau, decide rápidamente entablar amistad con él. Sin embargo, Wiseau es todo un misterio. Greg nunca llega a conocer su lugar de procedencia ni de donde saca el dinero con el que vive. Aun así, al enterarse de que este tiene una casa en Hollywood no duda en lanzarse a la aventura para abrirse un hueco como actor en la industria de la mano de su nuevo amigo. Una vez ahí, ambos se topan con la dura realidad y no consiguen trabajo como actores… Hasta que Tommy tiene la brillante idea de dirigir su propia película. El comportamiento tierno, impulsivo y naif con el que se comportan tanto Greg como Tommy hace que el espectador establezca una empatía increíble con ellos. Aunque sean protagonistas de situaciones surrealistas, es muy difícil que el espectador pueda evitar conmoverse. Del mismo modo que, aunque nos riamos de ellos constantemente, no podemos vernos reflejados en ellos de alguna forma, interpretando sus sueños y sus metas con una fe ciega de la que no todos contamos.
La causa de que “The disaster artist” sea una de las comedias del año reside no solamente en su ingenio y buen funcionamiento narrativo, sino en la posición que adopta respecto a los personajes reales. Sería muy desastrosa una obra que sólo se regocijara en reírse de los errores de “The room” y el poco talento de sus protagonistas, situándose moral e intelectualmente en una posición superior. Desde el respeto y admiración que todos los fans profesa a “The room” y Wiseau, James Franco construye un relato sobre la amistad y la persecución de metas tan humano como divertido.