Del mismo modo que otras zonas de Estados Unidos cercanas a poblaciones con un alto nivel de riqueza, Kissimmee es una de las ciudades con más pobreza de Florida. Irónicamente, alberga uno de los lugares más mágicos y que más felicidad han proporcionado a sus visitantes desde hace cuarenta y seis años: Walt Disney World.
Una persona adulta media puede ser consciente de las implicaciones de vivir en la afueras de uno de los puntos turísticos más grandes del planeta. Igual que alguien joven, pese a que probablemente le cueste más aceptar su situación social. Ambas figuras han sido repetidamente retratadas en literatura, cine y televisión para producir dramas que visibilicen los citados problemas sociales. Pero, ¿es que nadie va a pensar en los niños?
“The Florida project” tiene excelentes personajes adultos y jóvenes, que retratan los diferentes perfiles de quienes habitan la zona de hoteles baratos empleados como apartamentos. Willem Dafoe (“What happened to monday”, 2017) se adapta perfectamente a la dinámica de la película y es fácil verse reflejado en él, pues oscila constantemente entre quien quiere ayudar a quienes se encuentran en una situación injusta pero se siente atado a sus obligaciones para poder sobrevivir. Y Bria Vinaite debuta interpretando a una madre joven que, lejos de una irresponsable culpabilizada, hace lo que cree que es capaz de hacer para subsistir, sin atreverse a ir más allá, debido a la presión social o los estigmas que se le adjudican.
Sin embargo, es la niña de seis años quien roba casi todo el protagonismo. Sin olvidar ni a sus dos compañeros ni a la amiga que conoce a los pocos minutos del inicio del film. Brooklynn Kimberly Prince (“Robo dog: Airborne”, 2017) nos lleva a través de todos los rincones que utiliza para poder huir de la realidad. Rincones donde, inconscientemente, sustituye todas las carencias que tiene para vivir día a día un adorable verano infantil, libre de preocupaciones. Donde las travesuras no conocen límites y la responsabilidad está totalmente ausente.
Lejos de emitir un juicio moralista, Sean Baker retrata una realidad sin necesidad de etiquetar a sus personajes ni de hacer hincapié en los motivos por los cuales se encuentran en sus situaciones personales. Mientras que en ocasiones la cámara sigue de cerca a las niñas protagonistas, por momentos se aleja lo suficiente como para poder ver la situación retratada a gran escala y poder contrastar a las pequeñas con el entorno que les rodea.
Y, una vez ejecutado dicho retrato, sus brillantes últimos minutos confirman que hemos visto un relato de escapismo infantil tragicómico. Donde se nos recuerda que es posible aferrarse a la fantasía para poder superar la cruda realidad. El único problema evidente es quién proporcione dicha fantasía.