El nuevo trabajo del prolífico Spielberg llega para constatar dos cosas, estamos viviendo el momento de los revivals y los nerds.
Con el sugerente nombre de “Ready player one” y basada en una novela de Ernest Cline de igual título, Spielberg lleva a la gran pantalla el universo de OASIS, un mundo virtual en el que todo es posible -si tienes suficientes créditos-. En un futuro no muy lejano en el que la precariedad ha llegado a límites inaceptables, la gente ha dejado de tener los pies en la tierra prefiriendo ponerse en la piel de un alter ego digital dentro de un gigantesco “videojuego”.
Siempre que se acude al cine a ver una película del prolífico director, responsable de obras icónicas como “E.T”, “Indiana Jones” o “Jurassic Park” se tiene la sensación de que estamos ante una apuesta segura. Y el film que nos ocupa no es una excepción. Mezclando “Los Goonies” con la Leyenda del santo Grial y añadiendo todas las referencias de los ochenta y noventas de las que el presupuesto le ha permitido, “Ready player one” llega para ofrecer un divertimento para todos los públicos, un regalo para fans de dichas décadas que se precien y un éxtasis para el que, además, haya sido o sea un gamer ¿Quién podría resistirse a una aventura en la que un don nadie, pobre y nerd, se convierte en un héroe mundial de la noche a la mañana. Y aquí es donde empiezan los peros.
Un gran “pero” del film es desgraciadamente su país de procedencia, pues hemos de tener en cuenta -y obviar- dicha cultura para no rasgarnos las vestiduras. El héroe, el sueño americano, el “hacerse a uno mismo”...son algunos de los conceptos que revolotean durante el metraje para atrapar a los espectadores que se deslumbran con el brillo dorado y que, al tiempo, alejan la posibilidad de aportar nuevos puntos de vista o algunos que, por lo menos, pongan en tela de juicio al americanismo acérrimo que la invade. El desenlace es un claro ejemplo de ello ya que por mucho que lancen tintes antisistema, estos se diluyen irremediablemente.
Acostumbrados a un autor que ha ido escalando a la hora de dotar a sus obras de algo más que “flares and even more flares” (aun tratándose siempre a priori de blockbusters) sorprende ligeramente la carencia de profundidad, limitándose a la fantasiosa y manida moraleja de David y Goliat (cuya perpetuación inocua en el cine se debería analizar seriamente) y confundiendonos con una proclama de unidad mundial que deriva en un individualismo de fondo que asusta. Aunque en todo caso, y valga como excusa, el film tan sólo tiene la pretensión de entretener. Y eso lo consigue al cien por cien. Lejos de llegar a la profundidad de la virtualidad como “Ghost in the shell” (Mamoru Oshii, 1995) o al dinamismo de films de temática similar como “Summer wars” (Mamoru Hosoda, 2009) o “Paprika” (Satoshi Kon, 2006) -el tema de los avatares es harto simplón-, sin duda se acerca en algún momento a esa espectacularidad sin límites que parecía reservada a la animación, algo que ya nos mostró en “Tintín”, salvando las distancias.
Estamos pues ante un entrañable revival que invita a desconectar y dejarte llevar como una criatura por una historia de buenos y malos clásica envuelta en un lenguaje actualizado a los tiempos que corren ¡Viva Buckaroo Banzai!