Gore digital con una pizca de fantasía clásica
Hellboy (2019, Neil Marshall)

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Original

Tras diversas decisiones absurdas, finalmente se sustituyó una tercera película a manos de Guillermo del Toro por un reinicio, la práctica por excelencia en cuanto a adaptaciones de cómic. Evidentemente, ello implica varios cambios y el más importante es el tono, necesario para diferenciarse de sus predecesoras y evitar parecer un pobre intento de continuación o imitación. Debido a ello, esta nueva versión de “Hellboy” apuesta por lo que lleva funcionando últimamente: violencia, tacos, gore y ser todavía más malote. A “Deadpool” y a “Wolverine” les fue bien en taquilla, así que la fórmula se aplica incluso buscando la infame calificación R en su país de origen.




Sin embargo, se repite la jugada que nos marcaron con obras como “The Predator” (2018, Shane Black) o “Venom” (2018, Ruben Fleischer): por motivos que ni merece la pena averiguar, la obra llega a nuestras salas con recortes. Tanto un montaje ligeramente alterado como la eliminación de decapitaciones y demás divertidas ejecuciones. Debido a esto, entrar a valorar y analizar “Hellboy” dependerá de qué versión se haya visto. Incluso de que la obra en sí tenga dos versiones.


“Hellboy” ignora el hecho de que ya existan dos películas protagonizadas por el mestizo rojo. O se asume que quien la vea no las conoce, pues gran parte de la narrativa tiene como eje el origen del protagonista, que él mismo debe averiguar. Todo esto es pasable, pues tampoco estamos hablando de Spider-Man o Superman, sino de un personaje menor que nunca ha trascendido en la cultura popular. Aun así, resulta curioso y arriesgado centrar gran parte de la trama en lo mismo, aunque de manera diferente, que su primera adaptación. “Hellboy” tiene que destapar su origen secreto y elegir un bando, el bien o el mal. O sea, la dualidad y el viaje del héroe contado a medias y tropezando por el camino.





Esta versión no adapta uno o dos cómics, combina cuatro números para presentar a nuevas protagonistas y antagonistas, terriblemente planas pero que enriquecen el conjunto. Algunas incorporaciones, como la terrible Baba Yaga del folklore ruso, resultan estimulantes tanto entretenida como visualmente, sobre todo por el uso de efectos especiales en lugar de digitales y el estilo con que están rodadas sus escenas. Otras, sin embargo, acompañan a “Hellboy” durante su pseudo-viaje en modo automático. Es el caso de las dos co-protagonistas, cuyas motivaciones son o nulas o incoherentes. O de la antagonista, la poderosa bruja Nimue, extraída de la Leyenda arturiana, que nos da completamente igual porque solamente busca la venganza, la venganza y la venganza. Sí que podemos salvar a una divertida criatura, digital, semejante a un jabalí, que parece curiosa y directamente extraída de la obra animada de del Toro: “Trollhunters”.


La combinación de diversas tramas argumentales da un resultado que debería ser entretenido. Ahora bien, pese a que estén más o menos bien hiladas, la suma del todo resulta algo insulsa debido a la meta final. Volvemos a estar ante una historia que ya nos han narrado, no una, sino decenas de veces. Tanto en anteriores adaptaciones como en películas similares donde todo se resuelve a base de violencia y una decisión vital, un cambio en el protagonista, justo en el último momento.




Después de todo esto, y pese a haberse entretenido a ratos durante dos horas, es fácil volver a preguntarse ¿por qué se siguen adaptando cómics de manera indiscriminada? El mundo de las viñetas es vasto y casi infinito, con decenas de personajes cuyas historias son más innovadoras que las que llevamos veinte años viendo en pantalla. Entrar al debate de si cierta película es necesaria o no es otro asunto, pero parece claro que no hacía mucha falta una nueva adaptación de “Hellboy” que apenas aporta nada nuevo ni que brilla por su dirección o guión. Sobretodo cuando esto último es alterado a la hora de distribuir la película, muestra de que a quienes están detrás de ella no les importa tanto su valor artístico como el de llenar caja.



Por Iban Granero del Río