Vuelve 'Ju-On', y lo hace como se lleva hoy en día: haciendo borrón y cuenta nueva.
Sam Raimi produce este reboot de la trilogía americana “The Grudge” (que también produjo él) y Nicolas Pesce se coloca tras la cámara de esta nueva adaptación de la saga fantasmal creada por Takashi Shimizu.
Las novedades saltan a la vista: visualmente queda muy por encima de las dirigidas por el japonés (que se encargó, además de las originales, de los dos primeros remakes) y la protagonizan rostros familiares para los fans del fantástico como John Cho (“Star Trek”, 2009), que siempre parece estar a punto de ver un fantasma y Andrea Riseborough (“Oblivion”, 2013), que siempre parece que acaba de verlo. Pero poco más, porque por mucho que el director de “Eyes Of My Mother” trate de imprimirle un sello personal y cierta sensibilidad de cine de terror indie (eso que llaman “Terror elevado”) , no hay nada en “The Grudge” que no esté ya muy visto o que se vaya a quedar en la cabeza del espectador a los pocos días de verla.
Como sabrán quienes conocen las anteriores entregas, esta maldición que da título a la saga son los fantasmas de gente que ha muerto con una violencia inusitada, que se quedan morando el sitio de su muerte y atormentando a quien quiera ocupar su espacio. Arrancando desde la misma casa japonesa de las películas originales, Pesce da una vuelta de tuerca al concepto de la maldición, que ahora funciona de forma parecida a un virus, persiguiendo a distintas víctimas que han tenido la mala suerte de cruzarse en su camino en hasta tres líneas temporales distintas. Un par de ideas muy bien llevadas que, junto al trabajo de dirección y la entrega del reparto, hacen lo que pueden para intentar salvar un barco que irremediablemente se hunde por culpa de un guión manido y previsible que desaprovecha el ambiente malsano y la precisión con la que el director planea las escenas a base de golpes de volumen. Al final parece otro caso más de “director vs estudio” en los que la buena mano del realizador se intuye durante toda la cinta pero siempre acaba sepultada por los mismos mecanismos de siempre.
Nicolas Pesce y Sam Raimi -si es que ha aportado algo aparte del nombre- ponen la primera piedra de lo que sin duda pretenderá ser otra gran saga de terror que traiga de vuelta el boom del J-Horror y sus contrapartidas norteamericanas, pero se quedan a medio gas y nos traen una película que se puede disfrutar (o sufrir) brevemente durante su visionado pero de la que nos olvidaremos enseguida. Quizás el tiempo de los niños fantasmales ya ha pasado, o quizás sea cuestión de esperar a que un director como Pesce pueda trabajar de una forma más personal. La más que probable siguiente maldición nos dará la respuesta.