Este simpático falso documental, acerca de la vida cotidiana de una familia de vampiros asentados en Bélgica, sorprende gratamente por su humor negro.
Tras una introducción en la que relatan las infructuosas tentativas por parte de los productores del documental para realizarlo sin que “desaparecieran” los reporteros, se narra al detalle la dinámica familiar, su propia y particular organización en relación a leyes y normativas, sus gustos y su historia personal. El que sean una familia de chupasangres es lo que proporciona situaciones tan divertidas como surrealistas. Como es de suponer, la ironía envuelve todas las escenas del filme; el insulto más grande es llamarlos “cura”; la hija, una vampira adolescente, se encuentra en crisis, va de rosa y quiere ser humana; Bélgica es descrita como el paraíso de los vampiros, no trabajan, la propia policía les proporciona alimento en forma de inmigrantes ilegales y están-como ellos mismos dicen- encantados con la apatía general de sus depresivos habitantes.
Sin embargo, debido a una infracción grave por parte del hijo mayor, se ven forzados a exiliarse a Canadá, allí deberán adaptarse a cambios radicales. En este nuevo “hogar”, los hábitos de estas criaturas de la noche son diferentes y para los padres de esta familia resulta un castigo insufrible.
La forma veraz en la que está rodado el documental, el ingenioso guión, así como la gran actuación, apoyan el poderte meter en la historia y pasar un buen rato. Asimismo, es refrescante el uso de la autocritica, por lo que al país de origen del film se refiere, con el contrapunto de Canadá, representada como un país más igualitario y democrático, incluso en el caso de la integración en su sociedad de seres que se alimentan de sangre humana.