Era difícil no caer ante el hype generado por The Northman. La tercera película de Robert Eggers – un tipo que con menos de 40 años ya tenía dos obras como La Bruja y El faro bajo el brazo – esta vez fuera de A24 y con un presupuesto de 90 millones, que casi lo convierte en un aspirante a blockbuster. También era difícil que Eggers, acostumbrado a trabajar bajo el paraguas de los chicos de oro del cine indie, se rindiera a los designios de una gran productora como Searchlight, quienes querían asegurarse la inversión a toda costa. Esto ha significado que The Northman ha tenido que aguantar pases de prueba, reescrituras, y la presión de unos company men empeñados en convertir el trabajo de Eggers, duro y frío como una roca, en un juguete entretenido y fácil de vender. De esta batalla entre fuerzas supuestamente inamovibles nos queda El hombre del norte, una película que afortunadamente tiene mucho más de su autor que de sus inversores. Con todo lo que eso conlleva… Porque se puede ser caro y complicado.
The Northman, adaptación de la leyenda vikinga en la que – supuestamente – se basó Shakespeare para escribir Hamlet no solo conserva el pulso obsesivo, críptico y completamente indiferente a lo que pueda querer el gran público, que Eggers demostró en sus cintas anteriores, sino que lo lleva un paso más allá. El director refuerza sus sellos de identidad, propios del cine independiente y tirando a extremo, para firmar la película menos comercial que jamás ha rondado los 100 millones de presupuesto.
Descrita por su director como un cruce entre Conan y Andrei Rublev, El hombre del norte nos narra el viaje de Amleth, que escapa de la muerte por los pelos cuando su tío acaba con su padre para hacerse con la corona. Años después, criado por saqueadores y convertido en una brutal máquina de matar Berserker, Amleth encuentra una oportunidad de volver a Islandia a cobrarse venganza, reforzado por una profecía que le proporcionará un arma legendaria para llevarla a cabo y la seguridad de que su vida no terminará hasta consumarla. En su camino se cruzará con Olga, una esclava enviada a trabajar para su tío, que le hará replantearse su misión.
Entre Milius y Tarkovsky, El hombre del norte también podría considerarse deudora del Excalibur de Boorman, al igual que mezcla con éxito la tragedia clásica con una cinematografía espectacular como podría hacer el Macbeth de Justin Kurzel y abraza sin complejos y con total seriedad los aspectos mitológicos de la historia como hiciera The Green Knight de David Lowery, de la que podría considerarse su contrapartida ultraviolenta. Eggers fuerza la maquinaria histórica buscando la fidelidad absoluta a los ritos, costumbres y, sobre todo, a los peores aspectos de los vikingos – que últimamente han “sufrido” una especie de romantización bastante cuestionable – a la vez que introduce elementos sobrenaturales con una convicción absoluta. Si los vikingos creían en algo, para Eggers ya no es un mito, es historia. Esto conlleva, como era de esperar, que no haya en The Northman un solo protagonista – salvo quizás Anya Taylor Joy – con quien podamos empatizar. Tanto en un bando como en el otro nos encontramos con unos tipos que llevan la brutalidad y la tiranía por bandera, y el director se esfuerza tan poco por suavizar este hecho como por intentar que sus solemnes rituales no acaben pareciendo tan ruidosamente ridículos como las flatulencias de Dafoe en El faro. Esto era así, nos dice el director; nosotros no tenemos que entenderlo.
Otro de los puntos fuertes de The Northman es, sin duda, su reparto, encabezado por un Alexander Skarsgård más bestial que nunca. El sueco ha decidido quitarle la corona vikinga a su hermano Gustav (Floki en la serie Vikings) y se aparta de su lado de galán para darlo todo en una interpretación que es puro ruido y furia. El villano Claes Bang se muestra mucho más comedido, quizás para parecer una especie de nota de razón frente a la implacable montaña de músculos que lo persigue. Ambos están secundados por un plantel espectacular donde destacan especialmente Taylor Joy y Nicole Kidman, que ponen el toque Shakesperiano al baño de sangre en una de sus mejores interpretaciones recientes. Ethan Hawke y Willen Dafoe no tienen mucho tiempo para lucirse, aunque convencen en sus papeles de rey y bufón/chamán, y como curiosidad queda la aparición de Bjork como la bruja que profetiza el destino de Amleth. Sus apariciones son cortas porque la historia no los requiere más tiempo, pero dejan con ganas de más.
El trabajo tras la cámara es, sencillamente, magistral. No hay ni un minuto de The Northman que no te tenga con la boca abierta. Cuando no te abruma la violencia, lo hace la belleza de los paisajes islandeses o la magia de la mitología nórdica que de vez en cuando hace presencia. Es una delicia para los sentidos. Dura y sangrienta, pero delicia al fin y al cabo. Eggers ha sabido rodearse bien de un equipo de maniáticos – los comentarios sobre el rodaje son puro oro - como entre los que se encuentran el poeta islandés Sjon (guionista de Lamb y escritor de las canciones de Bailando en la oscuridad), los compositores Robin Carolan y Sebastian Gainsborough, que firman una banda sonora tan apabullante como la propia película, y el director de fotografía Jarin Blashke, que ya se encargó de La Bruja y El Faro y aquí al igual que el director, sube todo al 11 creando las mejores imágenes que vamos a ver en una pantalla de cine en todo el año.
Brutal en su desarrollo, rebuscada en su escritura, y extrañamente hermosa, The Northman es desde ya una de las películas clave de 2022. Por desgracia, no es una película para todos, como están constatando los desgraciados datos de taquilla. Habría que esperar a ver si el boca a boca mueve al público que llena las proyecciones de Spider-man o de Fast and Furious pero hay que temer lo peor: que la gente prefiere a los vikingos cómodos y fáciles de entender que nos ofrece el mainstream. The Northman quedará para constatar que se puede hacer una obra de arte salvaje y sin concesiones con un gran presupuesto y un director dispuesto a llevar su visión a la pantalla cueste lo que cueste. Disfrutémosla como tal, porque puede que sea la última.