Llega a los cines la tercera entrega del equalizador por antonomasia, de nuevo bajo la mano de Richard Wenk y la firme batuta de Antoine Fuqua.
Una vez, suponemos, ya ha “equilibrado” parte de los Estados Unidos de América, el azote de los malvados, interpretado por Denzel Washington, aterriza en el viejo continente y más concretamente en la bella Italia para continuar con su impulso justiciero.
Siguiendo la estela de sus dos antecesoras, pero cambiando la estructura, la escena que da inicio al film no puede ser más explícita, al puro estilo masacre los cadáveres se amontonan en cada estancia de una villa siciliana, a cada paso con peor destino. Todo tipo de armas utilizadas, siendo la de fuego la más común y la blanca la más cruenta. Al final del camino de sangre, nuestro vigilante, tranquilamente sentado limpiándose las manos. Ni que decir tiene que consigue su objetivo cronometradamente, no sin sufrir un percance que lo retiene temporalmente en una preciosa villa de montaña bañada por el mar. El héroe ha llegado. Y como no podía ser de otra manera que in crescendo tras dos arduas entregas, en esta ocasión lo hace para acabar nada más y nada menos que con la organización criminal del lugar, la Camorra.
Equalizer 3 es, más que nunca, una fábula. Una utópica historia en la que “los buenos ganan” ambientada -no casualmente- en la cuna del realismo mágico y que se da el gustazo de hacer guiños cinematográficos como a Cinema Paradiso o El Padrino sin perder de vista sus propias intenciones y limitaciones. Esto es, sin más pretensiones que hacer un buen producto. Y, salvando las distancias con las maravillas mencionadas, lo consigue. La dirección mantiene el pulso metiéndonos en la acción con naturalidad, la misma con la que nos deleita en el resto de escenas de transición, en gran parte gracias a un Washington que da el tipo y todo lo que sea necesario, pues llena la pantalla de forma magistral subiendo incluso la calidad de actuación de algunos secundarios justillos, obviando, por supuesto, las escenas junto a Fanning que, cuál islas, bien aparecen como pequeños limbos interpretativos para poder disfrutar de ambos apaciblemente (no en vano son viejos y entrañables conocidos desde “El fuego de la venganza”). El nivel de acción está a la altura, ahora bien, el de violencia resulta más alto de lo deseable para la entidad de la película, muy por encima de la media de este género, algo que da que pensar acerca de qué se está enseñando a los sensibles espectadores. Lo que se desprende del film es que algunos problemas solo se pueden solucionar con el uso de la fuerza extrema, fuerza versus fuerza igual a calma. Y de ahí definir la película como un fábula (retorcida), pues te hace vivir esa satisfacción interior de poder, cual superhéroe, olvidando las frustraciones e impotencias de la injusta realidad.
Esta hiperbólica historia tiene, eso sí, obviando el derramamiento de sangre, un mensaje final de lo más inspirador (aunque sabidamente justificador) abogando por qué seamos menos individualistas y demos por encima de todo, algo que posiblemente crearía cielos en la tierra, todo es posible, pero no nos olvidemos, estamos ante los herederos de Charles Bronson and company y no pueden dejar rata con cabeza sin, si se da la ocasión, hacerla sufrir hasta su fin. La limpieza está servida.