Tres décadas esperando que Victor Erice, el celebrado director de El Sur, El espíritu de la colmena o El sol del membrillo volviera a ponerse tras las cámaras. Treinta años para volver a reencontrarnos con una película de uno de los pocos directores clásicos españoles aun en pie. Entra en escena “Cerrar los ojos”
Tres líneas básicas pueden describir la maravillosa “Cerrar los ojos”, líneas que conviven. La consciencia del creador, la memoria y la magia del cine.
El film arranca con una escena que nos introduce en un misterio a resolver, una aventura y un preludio de lo que seguirá. Con un salto en el tiempo descubrimos la vida de un director hundido en la apatía y otro misterio que se arrastra desde el pasado y que determinó, en parte, el resto de su vida. Una nueva búsqueda lo llevará a encontrar algunas respuestas, quizás no las que imaginaba, no las mejores, pero respuestas a la postre, y quizás una nueva esperanza.
Aromas a Garci, con toques de la fuerza de los recuerdos de “Volver a empezar” impregnan el film, aunque con un tono más cercano a la añoranza de lo que no podrá ser de nuevo, que al reencuentro. El estilo en la dirección de actores también va de la mano, con un pie dentro y fuera del celuloide y, en este caso, con una elección soberbia en la que destaca casi la totalidad del elenco. Imposible no mencionar y encumbrar a un Manolo Solo en estado de gracia, al que acompañan con no menos perfección: el camaleónico José Coronado, la contundencia de Ana Torrent, la naturalidad personificada de María León, la elegancia de Soledad Villamil o la verdad encarnada en Mario Pardo, entre otras guindas.
Pardo, reflejo de Erice delante de las cámaras, se encarga, cual todopoderoso, de marcarnos de alguna forma el camino a recorrer durante el film “¿eres practicante o creyente?”. Una cuestión absolutamente meta cinematográfica, filosófica, que interpela a todo amante del séptimo arte que ha osado navegar en las aguas de la creación y sondear, a todo espectador que ha sido llevado a lo inimaginable, a la vida en sí misma.
Aromas Quijotescos, que tan bien sabe plasmar también Gilliam, a aquel Braziliano que no asimila la pérdida de batallas y decide tomar cartas en el asunto, su mundo, su felicidad, su realidad. Y a aquel seguidor ciego que no puede dejar ir el utópico “y si…”. Así como a la reivindicación de la rebeldía existencial contra la esperada normalidad. Una búsqueda de sentido que nos aleja irónicamente de la verdadera locura.
En definitiva, “Cerrar los ojos” es una afirmación del yo, del ahora y una afrenta misma al arte visual, no tanto como crítica pero sí como llamamiento a la despereza que nos parece acompañar y al tiempo una oda a lo que nos acompañó. Una obra maestra imprescindible.