El género de terror tradicionalmente se ha vanagloriado en ser un campo de reflexión a modo de metáfora o alegoría a propósito de poner de relieve una situación social. Las últimas aproximaciones al mismo dan muestra de ello contraponiéndose radicalmente a los divertimentos sangrientos. Este parece ser el caso del nuevo trabajo de Brad Anderson, conocido director de obras como Transsiberian o la más lejana El maquinista.
En Blood, se plantea la tesitura de una recién divorciada ante la inusitada enfermedad de su hijo menor. Tras ser atacado por su propio can, el pequeño de la familia adquiere un apetito exclusivo de sangre, a más fresca y humana posible. La madre, con un pasado de adicciones y sobreponiéndose de una separación con todo lo que le conlleva el empezar de cero, hará todo lo impensable por mantener vivo a su prole, intentando mantener en secreto su condición por miedo a la incomprensión y posible lógica reclusión de este por parte de la comunidad médica. Ser enfermera le ayuda al principio, pero pronto deberá llevar al extremo sus acciones rompiendo los límites de la ética.
Y hasta aquí, con este planteamiento, el film podría llevarnos a sitios muy interesantes, pero no es el caso. La sangre de Anderson se queda a medias, incapaz de saciar ni de desarrollar una tesis interrelacional que motive el debate, sobre todo, para afines al género. No ayuda mucho que esté año hayamos visto más films con similar temática que lo superan con creces… Podéis comprobarlo en nuestra cobertura de Sitges. El sacrificio para con un ser querido que te hace robar o conseguir sangre humana parece estar de moda. Una lástima que la película que nos pertoca no sepa sacarle el jugo. La transición de la madre para saltarse las normas sociales - y legales - se queda en un individualismo carente de justificación y llena de grises narrativamente inconexos que conllevan que la protagonista pierda la poca empatía que pudiera tener por parte del espectador.
Lo más interesante podría ser el elenco, presidido por una Michelle Monaghan que a pesar de la situación aprovecha su papel protagónico destacablemente ayudada por el hijo interpretado por Finlay Wojtak-Hissong que se marca un cambio de registro notable. Por lo que se refiere a la presencia de Skeet Ulrich, es meramente anecdótica y carente de relevancia, pudiendo ser interpretado por cualquier otro actor, sin necesidad de introducir a un “clásico” del terror. Cosa que parece ser la dinámica para los papeles secundarios y como ejemplo la elección de Skylar Morgan Jones, que a diferencia del malote de Scream, aguanta perfectamente el pulso a Monahan.
En el apartado técnico, piloto automático para lo que se traduce, a la postre, en un drama de terror como el que se nos propone. Atrás queda la meticulosa puesta en escena de la obra de Anderson que conocemos a nivel de largometraje, esperemos que esto no sea causa del viraje a serie del director en los últimos tiempos. El resto de apartados son esencialmente correctos. La lacra se funda en esencia en un guión pseudopuritano con pretensión de no serlo, un desarrollo algo atropellado y unas referencias tan conocidas que caen en la previsibilidad.
La única forma de definir Blood es como mediocre, entendiendo el apelativo con su etimología propia, un trabajo que deja indiferente, que no sorprende ni aburre, que simplemente es de un olvidable y prescindible a tener en cuenta.