El desequilibrio Coeniano
Dos chicas a la fuga (2024, Ethan Coen)

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Original

Que los hermanos Joel y Ethan Coen son uno de los mayores milagros cinematográficos de las últimas décadas es evidente. Que su separación profesional, que parece que llega a su fin, fue un jarro de agua fría, es más que obvio. Lo que sí merece sin duda ser comentado es cómo cada hermano ha abordado su respectivo debut, documental musical aparte, yéndose a los dos extremos de “Lo Coen”. Y si Joel Coen se fue a lo más dramático, intenso y teatral posible (un austero Macbeth en blanco y negro, ni más ni menos), Ethan coge el humor tontorrón y caricaturesco de sus primeras películas y lo sube al 11. 








Drive Away Dolls – o Dykes, cómo corrigen los créditos finales - es una comedia alocada y bastante descerebrada que une, por medio de una casualidad puramente Coeniana, un road trip de descubrimiento y desinhibición con una trama de criminales bastante patanes en una mezcla que, para los hermanos, habría formado un campo de juego de sobras conocido. Pero el caso es que aquí junto a Ethan no encontramos su hermano sino a su esposa Tricia Cooke, editora de muchas de sus películas, que quería contar una historia sobre una pareja de jóvenes lesbianas en la carretera y ha dejado a su marido encargado de los delincuentes estúpidos que las persiguen y del por qué.


Aquí es donde uno puede imaginarse hasta qué punto las aportaciones de un hermano compensaban las del otro. Y dado que Joel ha abrazado el dramatismo parece más lógico que la cinta de Ethan rebose de un humor que, si bien funciona la mayor parte del tiempo, roza demasiado en lo tontorrón, cayendo a veces en lo fácil de unos chistes que podrían ser los de un contrapunto queer de American Pie, Sex Drive o algún mondongo semejante.






Por suerte esa flojera humorística se salva por varios motivos, y el principal es un reparto que entiende perfectamente que esto es una pequeña gamberrada y entra al juego con todo, especialmente Margaret Qualley, que abraza lo caricaturesco hasta el punto de parecer un dibujo animado como solo puede alguien parecerlo en una película de los Coen. Junto a ella tenemos a Geraldine Viswanathan que soporta más que dignamente el torrente de sobreactuación de Qualley en un papel diametralmente opuesto aportando cerebro y candidez a la pareja protagonista. En la esquina opuesta, destacan la pareja formada por Joey Slotnick y C.J. Wilson interpretando dos matones representantes del Universo Cinematográfico Coen más convencional que bien podrían haber sido interpretados en otros tiempos por unos Buscemi y Turturro; y completando el reparto tenemos Colman Domingo como el jefe de los facinerosos, Matt Damon como divertido pero desaprovechado final boss, y la aparición anecdótica de Pedro Pascal, que aparte de un par de muecas y un divertido guiño al papel que le dio la fama no hace mucho para ser motivo de mención.







Se ha criticado a Dos chicas a la fuga por ser tonta, facilona u olvidable, y si bien es difícil argumentar en contra de esos argumentos, se puede decir que no necesita ser otra cosa. Quizá haya sido solo un divertimento para Cooke y Coen, pero es innegable que ésto es exactamente lo que les apetecía hacer y que se lo han pasado bomba haciéndolo. Por un lado es un alegato a favor de la libertad sexual – sin duda, la película más sexual de la filmografía de Coen – y  una celebración del ambiente de los bares de lesbianas que Cooke dice haber frecuentado en los 90, y por otro una comedia de enredos criminales donde el humor y la violencia se dan la mano, un género que el director conoce al dedillo. Dos chicas a la fuga puede que no vaya a figurar en lo más alto de la filmografía de Coen pero la colaboración con su esposa es probablemente una de la que más ha disfrutado hacer, lo que explica la intención del matrimonio de hacer una trilogía de películas sobre lesbianas cuya segunda entrega ya tiene a Qualley a bordo. Y si el precio a pagar por ver una película de un Coen divertida y desmelenada es un par de chistes fáciles sobre dildos y una trama cogida con pinzas, yo lo pago encantado. Que se lo ha ganado. 



Por Isaac Mora