Permítaseme adelantar que el título en castellano es un spoiler absoluto y me resulta difícil de entender por qué no han mantenido el elegante título original: Late show con el diablo. Pensemos pues que este detalle es el único elemento del producto que no me ha divertido.
Por otro lado, me gusta pensar que los hermanos Cairnes, directores del film, han evitado apabullar a la audiencia con un bombardeo de efectos especiales, cosa que agradezco de corazón. Más aún, da la sensación de que han gastado los cuartos en otros menesteres mucho más interesantes: un elenco eficiente, un guión creíble y equilibrado, y una puesta en escena televisiva y vintage. Todo ello convierte la película en un divertimento que te trae a la mente los viejos programas de dobladores de cucharas del clásico José María Íñigo (DEP).
Debemos reconocer que en el transcurso del relato se suceden ante nuestros ojos muchos (quizás todos) los tópicos del cine de terror: ocultismo cutre y del otro, escepticismo crítico, telepatía, posesión demoníaca, fantasmas, gore, ruidos sorpresivos, luces que se encienden y se apagan, entes que se pasean por el aire, lagrimeo sentimental y cursi, sensacionalismo, sectas religiosas, Halloween, claustrofobia, found footage y no sé si alguna cosa más. Todo ello se sucede sin solución de continuidad a lo largo de lo que aparenta ser la emisión en directo de Night Owls (Búhos de la noche) junto con lo que ocurre en el plató durante las consabidas pausas para la publicidad.
El relato gira en torno a Jack Delroy, conductor de show nocturno, que no consigue desbancar a su eterno rival Johnny Carson del primer puesto del ranking de audiencias tal y como a él y a la productora les gustaría. Para conseguirlo decide tragarse cualquier clase de escrúpulos y tirar de la manta sensacionalista juntando en escena una psiquiatra cuya paciente parece estar poseída por el diablo (de ahí lo de Late Night with the Devil del título original) y una especie de experto en ocultismo dispuesto a demostrar la falsedad de cualquier fenómeno paranormal que ocurra en el estudio.
El resultado del cóctel es, como decía, un divertimento terrorífico estupendo. No me atrevo a calificarlo de comedia negra porque la mala leche que destila deja pocos momentos para la gracieta. Aun así, es un divertimento para (casi) todos los públicos, bien hilvanado que también da pie a la guasa y la sonrisa de la audiencia. ¿Qué más se puede pedir? Ah sí, un poco de música tocada con theremin que también sale, cómo no, en la colección de tópicos terroríficos. Si alguien no conoce el sonido, valga como ejemplo esta interpretación de El cisne, compuesta por Camille Saint-Saëns, interpretada por Clara Rockmore y Nadia Reisenberg.