HORIZON ha llegado por fin a las salas. Y ya nos morimos de ganas de ver las siguientes tres, si es que su perpetrador, Kevin Costner, consigue rematar su poker de ases. Los 180 minutos de esta primera entrega pasan como si fueran 10, nutriéndose de una épica y tensión casi constante, evitando escenas innecesarias o de transición vana. Algo que sólo un autor con un elevado propósito y saber hacer consigue.
Es un placer ver un peliculón en la vieja y añorada acepción del término y es que así como es ahora Horizon: Una saga americana - Capítulo 1, tan solo alargándolo a 12h, ya es sin duda un gran regalo que nos ha hecho este romántico del cine y del western. La promesa de que esto pueda ir a más, siendo lo visto solo un primer cuarto introductorio, es como para estar poniendo velas a Ford y Leone para que el director de “Bailando con lobos” lo consiga llevar a término. Estamos pues, ante una obra donde se vierten muchas ideas, donde se muestran detalles de ese periodo con voluntad etnógrafa, y con una enamorada construcción de personajes y un compromiso adquirido con ellos que nos recuerda que todavía podemos tomarnos en serio esto del cine. Épica, trascendente y ambiciosa, asumiendo riesgos sin miedo ni pudor, acumulando muchos aciertos y algunos resbalones con la dignidad del que ama el cine y sabe que para hacer algo a la altura del séptimo arte hay que jugársela y darlo todo en cada secuencia, el conjunto puede ser una obra notable o una obra magna, lo sabremos cuando tengamos las tres que faltan.
Por el momento tenemos un soberbio planteamiento de los orígenes colonizadores americanos representados en varias líneas argumentales que se intuye confluirán en el lugar que da nombre a la saga. Todas las historias en paralelo quedan obviamente abiertas, sí, pero nos deleitamos comprobando cómo cada escena que tiene un peso y significado en sí misma; cada escena, y si se me permite apurar, cada plano contiene un concepto, una idea, una simbología que no se permite dejar nada al azar y mantiene al espectador casi sin parpadear de la emoción, de la fuerza y del inmenso contenido que está recibiendo. En ese sentido sólo mencionar la aparentemente banal escena que comparten dos de los protagonistas (uno de ellos el propio director), manteniendo una conversación mientras suben una colina, podría parecer una escena de transición, pero nada más lejos de la realidad, expone tanto de los personajes y sus motivaciones que deviene en uno de los gérmenes de la historia en sí misma.
Celebramos la creación de esta maravilla del western en medio de la saturación contemporánea de nimiedades, no nos abandonemos al miramiento de reconocer que esta película, imperfecta pero apasionante, clásica en su premisa pero moderna en su forma, y que en lo discursivo nos trata como adultos porque nos pide ir al cine leídos y estudiados para no caer en lecturas moralistas o que malinterpretan lo mostrado. Hace vibrar como hacía tiempo que no soñábamos que pudiera volver a pasar.
Si aun no la habéis visto, no os la perdáis, porque Costner juega fuerte.