Tres clásicos de Sitges 2010
Metropolis, The time machine y The Shining (1927, Lang, Pal y Kubrick )

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Original

        Si de algo más puede presumir este festival es de su elección de clásicos de la historia del cine para dar el toque de gracia a su programación. Este año tres de esos títulos son, personalmente, de gran importancia para quien escribe.

Sin ánimo de dar preferencia a ninguno de los tres, es de rigor iniciar esta andanza literaria refiriéndose a la obra maestra de Fritz Lang, Metropolis (1927), icono entrañable del festival de Sitges que nos acompaña en todas las proyecciones del Auditori, personificado en el mítico robot Hel-Maria a cada lado de la pantalla.  Nunca antes la lucha de clases había sido descrita con un toque tan fantástico y elegante , dotándola de tanta capacidad de admiración que traspasa, por méritos propios, toda frontera temporal.

Proyectando por vez primera en nuestro país la última copia restaurada, con imágenes inéditas de este titán del cine mudo, los asistentes pudieron disfrutar de manera inconmensurable este gran espectáculo compartiendo grandes momentos como la primera aparición de la artificial María y rellenando huecos gracias a los nuevos fotogramas añadidos.      

“The time machine” (1980) es otra de las joyas del séptimo arte que está dentro de las imprescindibles del género fantástico. Una revisión de la misma nos convence del cambio en la narración que ha habido a lo largo de los años; esta gran película hace uso del guión y no de las imágenes para crear ambiente, para, como si se nos estuviera contando un cuento, dejemos que nuestra imaginación vuele y, sin uso de grandes explosiones y escenarios gigantescos, tu mente se vuelva tan evocadora como sugerente convirtiendo la experiencia en un espectáculo con todas las letras.

Otro punto de vista del género vendría de la mano de Kubrick con “The Shining” (1980). Las imágenes tienen una fuerza asombrosa, fuerza que aumenta exponencialmente a medida que avanza la película. Grandes escenas mitificadas del cine como la inundación sanguínea del pasillo, la obertura a golpe de hacha del perturbado Nicholson y la enigmática fotografía final que se encuentran grabadas en la mente colectiva como parte de una historia que va más allá de las pantallas, que forma parte de todos y cada uno de nosotros. Como cabeza de cartel del presente festival, otro ejemplo de que lo bueno no envejece con los años, adquiere valor.



Por Silvia García Palacios