Da tiempo para muchas cosas en 24 años. Sobre todo si eres Ridley Scott. El director británico ha estrenado en cines 17 películas desde que arrasara con el primer Gladiator, un absoluto éxito de crítica y público y para muchos, uno de sus mejores trabajos. Casi un cuarto de siglo en los que Scott ha ido alternando triunfos y fracasos (algunos bastante injustos) pero que desde luego no parece que le haya pesado en absoluto, viendo de qué manera se ha tirado al barro a rodar el blockbuster tan espectacular como autoconsciente que es este Gladiator II.
A salvo ya del peligro del infame guión de Nick Cave (ese con Máximo siendo resucitado para ir a matar a “Jesucristo”, y condenado a una vida eterna que pasaría luchando en todas las guerras de la historia, ni más ni menos) que ha quedado relegado a leyenda urbana, Scott vuelve a saltar a la arena y lo primero que sugiere este trabajo es que ni siquiera había un motivo para hacerlo. Pero en los tiempos que corren, eso es lo de menos. Gladiator II es tan innecesaria como el remake de una cinta que a día de hoy sigue funcionando a la perfección – de hecho, personalmente la he disfrutado más en una revisión reciente que en su día – y tan incomprensible como la secuela de una película que acaba con el protagonista, el antagonista y la mitad del reparto bajo tierra. Y sin embargo, es remake, es secuela, y funciona gracias al empeño del director en traer de vuelta ese cine-espectáculo en el que todo es gigantesco y que hace de su propia desmesura su única razón de ser.
Gladiator II, ambientada 15 años después de la muerte de Máximo, nos cuenta la historia de Hanno, un guerrero extranjero en Numidia que tras perder a su esposa en combate y ser derrotado por el ejército del General Marco Acacio, es vendido al comerciante Macrino como gladiador. Mientras encadena una victoria tras otra y se convierte en una estrella, siempre movido por el ansia de venganza contra Acacio, Roma descubrirá que Hanno es más que un simple esclavo.
Se puede contar poco más si no se quieren destapar las – no muchas, y en realidad bastante obvias - sorpresas que guarda el guión de David Scarpa, pero es fácil averiguar que la estructura de esta secuela es prácticamente igual que la de su antecesora. Gladiator II continúa la historia ofreciendo lo mismo, pero más. Y ahí es donde Scott se permite brillar.
Más combates, más intrigas. ¿Había un tigre en la primera? Aquí puedes elegir entre babuinos salidos del averno y un maldito rinoceronte. ¿Cuadrigas corriendo dentro del Coliseo? Ahora hay agua. Y barcos. Y tiburones. ¿Un emperador borracho de poder confabulando para mantener su status? ¿Pues qué tal dos emperadores chiflados y un mercader con poder suficiente como para manipular al senado? Alardeando de un rigor histórico que más que probablemente no se asoma por un solo fotograma de la cinta, y que, en realidad, no necesitamos para nada, Scott coge todo lo que recuerdas de la película protagonizada por Russell Crowe y lo sube al 11 sin el más mínimo remordimiento. Olvídense del Scott sobrio que hemos visto en películas mejores que se han hundido en taquilla. No lo veremos aquí sacar músculo y entregar un combate tan aplastante como el de “El último duelo” (cuya última media hora es de lejos el mejor Ridley Scott que hemos visto en décadas) Gladiator II es un blockbuster de libro, manufacturado por alguien que sabe perfectamente por qué gustó tanto la primera parte y que no tiene ningún problema en servirlo de nuevo.
Tampoco es que haya reparado en gastos. Gladiator II se vende prácticamente sola gracias a un reparto encabezado por unos Paul Mescal, Pedro Pascal y Denzel Washington que llenarían una sala aunque se pasaran dos horas y media jugando al parchís. Pascal está tan bien como uno esperaría de él (y eso es mucho) y Denzel se come la pantalla dando vida a Macrino, sin duda el personaje más jugoso de toda la película; pero la sorpresa viene de un Paul Mescal totalmente fuera de control que ha dejado a un lado el porte melancólico que lo convirtió en una estrella del drama indie para convertirse en una masa de músculos furiosa y vociferante. Mescal aguanta previsiblemente la carga dramática, pero ver al tipo de Aftersun ciego de rabia mientras clama venganza es toda una novedad.
Los acompañan dos supervivientes de la primera entrega, Connie Nielsen, cuya Lucilla gana relevancia y un peso dramático del que se quedó injustamente corta en la primera parte, y Derek Jacobi, que por su avanzada edad se ve relevado a aparición testimonial más que a un personaje realmente importante. Y en el papel de villanos tenemos a la dupla formada por Joseph Quinn y Fred Hechinger como los emperadores Geta y Caracalla, dos auténticos zumbados de los que disfrutas odiando cada segundo que pasan en pantalla.
A veces, el riesgo no trae recompensas, y eso es algo que Ridley Scott sabe sobradamente. Quizás por eso esta vez ha decidido recorrer al camino fácil y tirarle a la cara al público lo que sabe que quiere, que no es “El consejero 2” precisamente. No basta con ganar, hay que ganarse al público, que diría uno de esos perros viejos que muestran a los gladiadores su camino a la gloria. Y a veces, parece que no, pero Ridley se las sabe todas. No habrá sido su mejor combate, pero el público de esta arena saldrá más que satisfecho.