A ti también te ha pasado: Quieres comprar algo, y ya no está. Poco después, algún cretino lo revende por un precio considerablemente superior. Uno de estos desgraciados, una de las grandes aportaciones del capitalismo tardío a una sociedad que necesita poca excusa para complicarse la vida, protagoniza Cloud, la última película de Kiroshi Kurosawa. El japonés sabiamente nos avisa de que no hay película de terror que de más miedo que el mundo actual. Y cualquiera le dice que no.
Ryosuke Yoshii, que así se llama el susodicho, es un tipo tan gris, anodino e insustancial que ni siquiera es capaz de aceptar un ascenso en su porquería de trabajo. Eso cambia cuando llega a casa y se convierte en Ratel, un especulador capaz de hacer dinero vendiendo cualquier producto que ha obtenido, a veces un poco de coacción mediante, sin siquiera pararse a comprobar si lo que vende es real o basura. Cuando la magia de la mano invisible y el libre mercado le granjean dinero suficiente para mudarse con su chica a una casa en las afueras y hasta contratar a un ayudante, Yoshii descubrirá que varios de sus clientes insatisfechos están confabulando para hacerle la vida imposible.
Vaya por delante, queda claro que Kurosawa le tiene tanto cariño a la cultura del internet money tanto como el que suscribe. Eso no quita que el visionado de Cloud suponga compartir dos horas con unos personajes a los que lo mejor que les puedes desear es que caigan en una trituradora de madera. Cloud tiene a los protagonistas más inanes, antipáticos y odiosos de todo 2024. Y eso que 2024 es el año de Joker 2. Esto, que dificulta la experiencia por la ausencia de alguien por quien sentir un mínimo de empatía, se convierte a la vez en un elogio al reparto encabezado por Masaki Suda, Otone Furukawa y Daiken Okudaira. Los dos primeros, Yoshii y su pareja Akiko, por tirar con toda la dignidad posible de estos dos despojos que les ha tocado interpretar, mientras que Okudaira por ponerse en la piel del único personaje con un poquito de carisma y que agrega un extrañísimo giro que deja a Cloud a las puertas de convertirse en otra cosa muy distinta que, por desgracia, nunca llega.
Y no será porque Kurosawa no salga de su zona de confort. Cloud se compone de dos partes claramente diferenciadas, siendo la primera la que conecta con el reconocible estilo del director: un in crescendo de tensión de corte clásico y unos personajes que se mueven por un mundo feo y gris, de una apariencia casi hostil. Su habitual tono pesimista resulta apropiado para la crítica que Kurosawa lanza a un mundo en el que tras las pantallas de los ordenadores se gestan barbaridades y donde cualquier idiota vendería su alma por llenarse el bolsillo sin preguntarse siquiera quién la va a comprar. Sin embargo, en su segunda parte Cloud da un volantazo hacia el thriller de acción, cambiando la tensión por una interminable serie de tiroteos en un almacén – más cerca de Free Fire que de Reservoir Dogs – y perdiendo por el camino varios de los puntos ganados a fuego lento durante el nudo. El curioso guiño sobrenatural que aparece aquí y allá para formalizarse en el epílogo consigue darle un apreciable toque especial a una experiencia que, aunque efectiva la mayor parte de su metraje, no sabría decir si es realmente satisfactoria.
En definitiva, Cloud es un buen thriller con un toque juguetón; y el puñetazo sobre la mesa de un director al que le preocupa que el cine japonés esté perdiendo capacidad de impacto. Pero supone el esfuerzo de aguantar a una panda de personajes verdaderamente insufribles. Kurosawa ha sido claro como el agua en sus intenciones pero no soy capaz de determinar si esto es una genialidad o un lastre. Lo recomendable, como siempre, es verla y decidir. Y sobre todo no especular. No queréis enfadar (más) a Kiroshi.