Puede que pocos recuerden una pequeña película de serie B que apareció durante los últimos años de los noventa, cuyo guión era propio del mismísimo Stephen King, en el que un grupo heterogéneo de personas vivían su peor pesadilla en un pueblo en el que, a excepción de ellos, todo el mundo había desaparecido súbitamente sin motivo aparente. Estamos hablando de “Phantoms” (Joe Chappelle, 1998) y, si se me permite la licencia, el último proyecto de Brad Anderson es lo más parecido a un remake con muchísimo más presupuesto y no por ello, como suele ocurrir, con mejor resultado.
Confusión es la palabra que mejor explica Vanishing on 7th street, un film en el que todas las preguntas que plantea quedan sin respuesta, o más bien, en el que las respuestas son tantas como opiniones hay en el mundo. Los supervivientes al extraño suceso que hace “desaparecer” a todo aquel que queda a oscuras cubren diferentes topologías de personajes que a su vez representan diferentes dogmas estereotipados, algo que no ayuda mucho en la aclaración de los sucesos que ocurren sino que constituyen un lastre en una historia cuyos planteamientos son filosóficamente tan profundos.
Dejando de lado los fallos de guión que abundan en este tipo de películas en el que se obvia la norma expuesta en aras del éxito del protagonista y el final estereotipado, el director parece conseguir la mayoría de sus objetivos, en el que destaca el dar vida a la ausencia de luz y convertirla en un personaje malvado más, eso sí, con la ayuda inestimable de unos efectos especiales perfectos.