La obsolescencia social

Las Vegas, esa ciudad de perversión donde todo y nada es posible. En este lugar luminoso se contextualiza el último trabajo de Gia Coppola en el que destaca a nivel protagónico Pamela Anderson. Este tándem se completa con un elenco envidiable en el que resplandece Jamie Lee Curtis, convence Dave Bautista o asienta bases Kiernan Shipka.  







Como el título del film anuncia, vamos a acompañar a la última “cabaretera” en activo desde los años de esplendor durante la inevitable desaparición de su espectáculo y por ende, de su carrera como estrella. Las fases del duelo ante una pérdida inevitable y una toma de conciencia hacia una vida escogida y sus dudosos frutos en el mundo despiadado de la superficialidad y la obsolescencia social programada para las artistas.

 

Shelly lleva más de 30 años en el mismo espectáculo en la capital de los casinos, el Razzle dazzle, un espectáculo inspirado en el  Moulin Rouge donde el baile insinuante, las plumas y el glamour de pedrería ya no son suficientes para retener al público. La decisión de los dueños de cancelar el show lleva a la protagonista a planteárselo todo, es consciente que la época de esplendor ya pasó, pero su dedicación vital le impiden ver el panorama en su cruel realidad, realidad a la que se ha de enfrentar quiera o no. 






Su círculo tampoco es muy alentador, su mejor amiga, aferrada al pasado, sobrevive a duras penas, ofreciendo la escena de patetismo más triste de la película (y triste no por ella, sino por la indiferencia social que se plasma); sus compañeras de espectáculo, aún con la edad y cuerpos “correctos”, tendrán que buscarse la vida bajando el listón en lo que a vulgaridad se refiere; el padre de su hija demuestra la falta absoluta de responsabilidad y mucha frialdad desde la seguridad laboral, contentándose con una vida gris; y para rematarlo, ha de lidiar con el rechazo de una hija a la que realmente no conoce.




 

Para plasmar toda esta tesitura, el film recurre al estilo del cine indie americano, con deliciosas escenas pseudo oníricas, una fotografía muy personal y planos realistas, una correcta elección que parece contrarrestar con la elección actoral tan potente, pero que combinan maravillosamente. 

 

Con este panorama, bien podríamos estar ante un drama considerable, empero, Pamela Anderson infunde empatía y demuestra que cuando estás en tu momento más bajo, solo queda levantarse, una forma de ver el mundo desde la mejor posición sin dejarse arrastrar por toda su mierda, una a veces, imparable.