El prolífico autor de origen finlandés, Aki Kaurismäki, firma esta fábula contextualizada en el lugar que da nombre al film: "Le Havre".
Marcel Marx, un honrado limpiabotas a quien la vida no ha sonreído especialmente, ve como su rutinario día a día se trunca con la aparición de un joven inmigrante ilegal y el repentino internamiento de su mujer en el hospital. Dos sucesos aparentemente independientes que devienen, de alguna forma, simbióticos. Decidido a ayudar al joven africano a reunirse con su madre en Londres, el protagonista utiliza todos los medios a su alcance para lograr ese pequeño milagro.
Partiendo de un argumento con pocas complicaciones y una dirección que podría definirse como intencionadamente rígida o estática, Kaurismäki vertebra este curioso cuento moderno desvinculándose de estereotipos, evitando con premeditación escenas sensibleras o moralistas y, sin embargo, sin eludir la moraleja.
En muchos aspectos, el film me remite la frase de Hassari Pal en “La ciudad de la alegría” (Roland Joffé, 1992): “Todo lo que no se da, se pierde”. Los protagonistas están cerca de la pobreza absoluta, y, sin embargo, no dudan en arriesgar lo único que les queda, su libertad, ante la posibilidad de que alguien, un niño, tenga una oportunidad en este mundo lleno de trabas sociales, legales y económicas. En un tiempo en el que la crisis amenaza a todos los habitantes de la Tierra cual garra sobre nuestros gaznates, un film en el que todos consiguen lo que quieren, aunque sea sin lógica alguna, es un golpe de aire fresco entre el pesimismo dominante. Creer que se puede es la clave de todo.
Le Havre, es, a todas luces, un film muy recomendable y, personalmente, encuentro un gran acierto su estreno durante estas fiestas navideñas, en las que el egoísmo y la falta de memoria abundan alegremente en nuestras mentes.