It’s running man… ¿Aleluya?

Toda aquella fan de las películas de acción que labraron la fama de Swarzy ya sabe de qué va The running man, esta nueva adaptación del relato corto de Stephen King en la que una sociedad claramente estratificada por clases vuelve descaradamente a la diversión de los antiguos romanos.






En este caso, empero, la motivación del protagonista le da un cariz más humanista y activista que la mera venganza reflejada allá en 1987 y por supuesto, la violencia no es tan gratuita y desensibilizada que antaño, por lo menos le podemos dar eso a una película que se venderá como “pura adrenalina”. Y nada más lejos de la realidad, pues las escenas de acción no son tantas y nuestro protagonista llena más metraje con pensamientos y creación de alianzas de lo esperable para “una película de acción”, algo que, personalmente, encuentro muy satisfactorio. En definitiva, este perseguido va de la chispa de la revolución ante un desequilibrio insoportable y claramente insostenible, habla de supervivencia puesta al límite y de cómo el pueblo, a la postre, tienen la sartén por el mango aunque haya que abrirles los ojos para verla. 



Empero, hay cierta ironía en plantear este tipo de furia y justificar la violencia consecuente cómo única vía para el cambio, cuando se contextualiza la historia en un país tan volcánico como Estados Unidos, la pregunta que ronda en el aire es ¿es este un mensaje para dicha sociedad? Ante la iniquidad, ¿tomemos las armas? Supongo que de un film de este cariz, un producto de más de 100 millones de dólares de presupuesto, me huele a distópico y algo sospechoso, se me antoja un V de Vendetta sin pretensiones filosóficas, un entretenimiento para las masas, que por lo menos podrán aliviar sus frustraciones proyectadas en la pantalla. 






Por lo que al nuevo Ben Richards, un Glen Powell en su época dorada, han sido sabios en potenciar su cuerpo y carisma buenista más allá de su capacidad herculina, que ni por asomo se asemeja a la del actor de Terminator, capaz de fulminante con dos palabras y convencerte con solo la mirada de que no podrás escapar de él. Powell puede con todas las escenas de acción a nivel físico -excelente culo-, pero no da para hacernos cagar de miedo. Tampoco lo pretende. Lo que pretende es enseñarnos una persona que se preocupa por sus semejantes y que cae en la trampa de una sociedad imperante que ha perdido el rumbo como tal, que prioriza un individualismo creciente incapaz de ver más allá de sus relucientes zapatos.





Parece que las historias de rebelión de uno de los best-sellers más adaptados al cine están de enhorabuena, la siguiente que nos llegará, La larga marcha (reseña que podéis encontrar en la cobertura del pasado Festival de Sitges), no dista mucho de este Running Man en cuanto a mostrar las impunidades de un mundo dictatorial e intentar hallar un camino en el que podamos vivir sin amenazarnos los unos a los otros, aunque el paso previo sea ciertamente beligerante, algo que en estas novelas explícitamente es complicado evitar. Si esto es reflejo de la actualidad actual o no, lo dejo a opinión de cada una, pero sin duda es interesante (y algo preocupante) el momentum escogido para la creación de estas películas. Si una ignición es la respuesta, debemos plantearnos si estaremos dispuestas a aguantar las llamas o si quizás se trata de redefinirlas y convertirlas en algo nuevo, menos testosterónico.