Después de 6 años desaparecido, tras sus desafortunadas Elisabethtown (2005) y Vanilla Sky (2001), el realizador Cameron Crowe nos propone una historia de superación inspirada en la autobiografía homónima de Benjamin Mee, titulada “We bought a Zoo”. El director, también coguionista junto con Aline Brosh McKenna (Morning Glory, 2010), declara que, “contar la historia de Benjamin terminó siendo tan personal como cualquier cosa que haya hecho y que, si quise hacer la película, fue para poner en circulación algo de alegría”, afirmación que, posiblemente, define el film ya que, en cierto sentido, su visionado te carga de una energía muy positiva.
El film nos cuenta como Benjamin Mee, Matt Damon (Destino Oculto, 2011), un columnista y escritor de artículos de aventura, ha de cuidar de sus dos hijos, Rosie Mee, Maggie Elizabeth Jones (Footloose, 2011) que derrocha gracia y alegría, y Dylan Mee, Colin Ford (Push, 2009), tras de la muerte de esposa. Debido al fracaso escolar de su hijo, al suyo propio profesional y la irremediable sensación de que cada lugar por donde pasa le recuerda a su difunta mujer; decide hacer un cambio drástico de aires y buscar un lugar para empezar una nueva vida. Buscando ese cambio, se establece en una casa a las afueras, como parte del complejo de un ruinoso zoo en el que solo unos pocos cuidadores, encabezados por la encargada Kelly Foster, Scarlett Johansson (Lost In translation, 2003), se siguen haciendo cargo de los animales con el poco dinero que tienen. Con la llegada de este nuevo jefe, crecerá la esperanza en un nuevo comienzo para el zoo y Benjamin verá cumplido su sueño de ser protagonista de sus propias historias embarcándose en esta extraordinaria aventura.
Con un guión que no profundiza en los problemas planteados a lo largo de la película, sino que solo raspa la superficie, el desarrollo de los personajes nunca llega a ser definitivo y hace previsible lo que va a ocurrir en cada momento. Su romanticismo calculado solo viene propuesto por los personajes femeninos, Scarlett Johansson y Elle Fanning (Súper 8, 2011), ya que los personajes masculinos están inmersos en el intento por unificar la familia. Así pues, tenemos un film lleno de clichés en donde todo es de color rosa y, aunque la emoción está contenida, el director consigue un buen producto para todos los públicos pese a la larga duración del mismo, ya que, desde el principio, el ritmo se supone pausado e invita a relajarse durante toda la proyección gracias a un montaje ágil y acertado.
“Un lugar para soñar” es, a todas luces, una película familiar que no defraudará al espectador, es una oda a la alegría que te invita a la lágrima fácil, abandonas la sala con la sensación de que en la vida todo tiene solución y con un mensaje grabado a fuego: “20 segundos de coraje bastan para lograr ser feliz”.