Acaba de estrenarse la última entrega de la nueva saga de Batman en manos de Christopher Nolan. Hace siete años el héroe de Gotham City volvió a la carga desde un punto de vista nuevo, apartándose del estilo gótico de la saga filmica anterior. El proyecto, plagado de secundarios de lujo, modernos gadgets y un Christian Bale encapuchado, hicieron que la acogida por parte del público fuera tan prolífica que rápidamente se ideó la continuación de entregas.
La tercera entrega tiene un trepidante inicio, equiparándose por su originalidad, tensión, ejecución y planteamiento de la historia al arranque de cualquier Bond, marcándose una escena de acción en pleno vuelo. Sin embargo, a partir de entonces viene el declive.
Se nos plantea un Bruce Wayne recluido en su mansión, incapaz de recuperarse tras la desgracia acaecida en la anterior entrega. Batman ha desaparecido del mapa tras ser acusado de la muerte del fiscal (Two faces) ocho años atrás y la corrupción de Gotham es aplacada por una dura ley. En un escenario donde parece no ser necesario héroe alguno empieza a fraguarse el mal desde las entrañas de la metrópolis, un grupo de delincuentes está llevando a cabo un plan que forzará al murciélago a salir de las sombras.
El gran escollo del film no reside en su factura, su cinematografía o en su dirección, las cuales son más que aceptables, el problema está en el guión, y, más concretamente, en su mensaje. Cuando tienes en tus manos un proyecto de esta envergadura, capaz de llegar a todo el mundo, debes tener muy claro lo que quieres explicar. Cuando, Bane, el líder de los criminales se hace con el control de la ciudad por medio de una amenaza mortal, deja en un estado de anarquía a ésta. Dicha anarquía es representada por la ausencia de control policial, por la celebración de juicios populares y por una desposesión de bienes, sobretodo de las clases altas. No hace falta saber mucho de historia para ver paralelismos comunistas, alusiones a la revolución francesa y, en definitiva, un reduccionismo peyorativo acerca de la lucha de clases, describiéndola como generadora de caos en pro del capitalismo como símbolo de orden. Batman es un héroe, representa la justicia, la responsabilidad y un ejemplo a imitar para lograr un mundo mejor quedando muy por encima de las normas de los hombres. Es aceptable que el caos lo recluya en la oscuridad y tenga que salir de la cueva Platónica, pero la motivación para su resurgimiento no resulta ser la iluminación o la comprensión absoluta, sino la fe unida al miedo, conceptos demasiado cercanos a la religión para mi gusto.
Teniendo en cuenta la coyuntura económica actual en la que el sistema capitalista ha quedado en entredicho, Nolan define a la perfección su postura al respecto con el presente film. Un film, a todas luces, peligroso, pues logra introducir una semilla (no en vano es el director de Inception, 2010) en sus fans con sus manipulaciones conceptuales.