Cuántas veces hemos escuchado lo de que el cine ochentero tenía algo especial, no era su factura o su profundidad, era ese grado de afinidad para con el espectador de la época que, con el transcurso del tiempo, ha devenido en un sentimiento entrañable al rememorar dichos films.
Expendables 2 o, como se le ha llamado en España, Los Mercenarios 2 (siguiendo con esa tradición insalvable de destrozar cualquier tipo de misterio o intención artística del título original de las películas) viene a demostrar que el cine de acción característico de la octava década del siglo pasado es más que fotogramas, es una emoción. El film reúne de nuevo a todas aquellas estrellas musculosas cuyo éxito iba de la mano de la destrucción y la lucha de testosterona, pero, esta vez, regodeándose en el mito generado alrededor de cada uno. Teniendo como capitán indiscutible a Silvester Stallone, responsable también del guión, el elenco es tan edificante como aparentemente insuperable: Bruce Willis y su forma de coger el arma cual extensión de su brazo; Schwarzenegger con sus terminatadas con cierto toque desafiante; el sorprendentemente erudito Dolph Lundgren; el hombre-patada llamado Van Damme; el repatriado Jet Li; la brutalidad contundente de Terry Crews; la versatilidad y cohesión que viene de la mano de Jason Statham; y, como no podía faltar en esta ocasión, Mr. Norris, el hombre con mayúsculas.
A diferencia de la primera entrega, más seria y, quizás, más consecuente con su título, esta secuela es muchísimo más entretenida y, sobretodo, autoparódica con un nivel de rock and roll que no decae en ningún momento del metraje, superando, en este punto también, a su antedecesora. Y no es que una sea per se mejor que la otra, es que tenemos dos films con un enfoque distinto pero con la misma intención, demostrarle a la industria que lo prescindible puede llegar a tener tanta fuerza como originó en su momento y quizás la reflexión pueda ir más allá de la pantalla. Qué tiene más fuerza: ¿el jovenzuelo de turno al cual quieren convertir en una gran estrella palomitera o el grupo de maduritos que, individualmente, son rechazados por cuestiones económicas basadas en su edad o carisma perdido?; ¿el profano o el sabio?
No se puede dejar de lado lo subjetivo en estas palabras pues, a fin de cuentas, el cine de los ochenta marcó los inicios de mi cinefilia, sin embargo, no dejo de encontrarme con espectadores más jóvenes o más adultos que empiezan a buscar títulos como “Impacto Súbito”(Clint Eastwood, 1983), “Estamos muertos, o qué?”(Mark Goldblatt, 1988), o incluso “The killer” (John Woo, 1989) para introducirlos como referentes cinematográficos imprescindibles, algo tendrá esa década, sin duda algo muy bueno.